VÍA| EL PAÍS
Una joven empuja a una señora, la señora la frena de un codazo. El movimiento es sutil, no las separa ni un centímetro. Ambas están echadas junto a otra decena de personas sobre la ventanilla trasera de un Volkswagen que avanza lentamente. Dentro del coche, Claudia Sheinbaum intenta ordenarlos. “Deja que me tome con ella y ahora me tomo contigo”, dice entre una selfie y otra. Todos quieren una foto con la favorita en las encuestas. O quizás solo tocarle la mano. No los detienen los 32 grados que azotan ni el sol que quiebra la tierra del Estado de México. “No te olvides de nosotros”, le grita un señor desde lejos, resignado a no entrar en el caótico tumulto. Con tono maternal, la candidata previene a quien se acerca demasiado al coche: “Cuidado con la llanta”. Es la salida de un mitin en Chalco. El ingreso fueron otros 40 minutos de abrazos, retratos, autógrafos. La gente la zamarrea, la jalonea, alguno le palmea la cara. Ella agradece el cariño. En una campaña en la que Andrés Manuel López Obrador no está presente, aunque su nombre se evoca constantemente, el fenómeno Claudia busca —y parece que encuentra— su propio espacio.
Quizá por la abultada ventaja que le dan las encuestas, o por el temple reposado, la aspirante se muestra muy relajada y sencilla. “La manera en la que somos”, comenta, “eso no te lo inventas”. “Saber que eres un ciudadano más, con mucha responsabilidad, pero al final eres una persona, eso te da mucha cercanía con la gente”. Habla con la misma profundidad y quietud de la importación de semillas de flores, como de los efectos del neoliberalismo en México o del destino de las fuerzas armadas. Se toma cada pregunta como si se jugara algo en ella. Y no muestra la manía, muy común en la política, de esquivar las interpelaciones con largas respuestas que no llevan a nada.
—Ahora que estuvo de gira por el país, ¿qué fue lo que más le sorprendió de todo lo que vio?
—El cariño del pueblo de México al presidente. Uno lo puede ver en las encuestas, pero hay un cariño enorme por el momento histórico que estamos viviendo. Sí, hay problemas, no todo se puede resolver en seis años, y más después de 36 años de abandono. Pero en el norte, en el sur, es un cariño enorme.
—¿Y lo que más le preocupó?
—La sequía, porque no es una sola solución. Es una solución social, política, legislativa, y al mismo tiempo técnica. Atender la escasez del agua en el país es algo que nos va a ocupar una buena parte del tiempo. Y la otra parte sigue siendo la seguridad, aunque hay que decir que hay zonas del país donde se reconoce que es un problema más grave, y zonas donde no tanto. Y la pobreza. Evidentemente se ha reducido, pero nuestro fin último es que la gente viva bien en México.
En una explicación maratónica de su posible Gobierno, detalla que tendrá tres ejes nuevos que la diferenciarán de la Administración actual. Apostará por la transición energética, por el medio ambiente y por los derechos de las mujeres. Mantendrá la política de austeridad para quienes trabajan en la función pública, pero no escatimará en aquello que afecte al Estado del bienestar. “La mayor parte de los recursos debe destinarse a la gente”, dice y señala que se usará para salud, educación y vivienda principalmente. Al ejército, que ha ganado mucho terreno en este sexenio, lo dejará donde está. Pero reforzará también las otras instituciones públicas. Elegirá a los miembros de su Gabinete con un triple criterio a cumplir: honestidad, conocimiento y convicción de servicio público. Y mantendrá su palabra de incluir a todos los exaspirantes a la presidencia del partido en la próxima Administración. Incluso a Marcelo Ebrard, que cuando perdió la interna dijo que no se sometería a ella, amenazó con dejar la formación y acabó sumándose.
“La palomilla”, como le llama a su equipo de gira —una expresión para referirse a un grupo de amigos—, ha llegado a Texcoco. Allí tendrá un masivo mitin, que quedará registrado por la cámara de Epigmenio Ibarra. Todo sucederá bajo el ojo de un teniente coronel que envió el ejército para cuidar a la candidata a cada paso. La sequía de la que hablaba hasta hace poco también está allí. Un polvo amarillento asfixia el aire tras su paso y el de un centenar de personas que han ido a verla. Una locutora desorientada la presentará como una mujer chingona, justo la palabra que ha elegido como eslogan su rival, Xóchitl Gálvez. Pero nada le quitará la alivianada sonrisa. A diferencia de López Obrador, la heredera del movimiento no arrastra la pesada mochila de las viejas rencillas. Su más acotada trayectoria política, que nació después de muchos años dedicados a la ciencia y a la investigación académica —es doctora en Ingeniería Energética—, le dan una ligereza diferente.
El día de mítines y fervores acabará varios kilómetros más lejos, en Tlaxcala. En cada uno de los eventos mencionará como promesa una beca para las mujeres mayores de 60 años. Luego, se tomará unos minutos para explicar a la gente por qué ese dinero irá para ellas, y no para ellos. “¿Quiénes somos las que principalmente cuidamos de los hijos? ¿Quiénes somos las que mantenemos el hogar limpio y cuidado? ¿Quién reconoce ese trabajo?”. Sacará su lado docente para dar una lección básica de feminismo. “Como va a llegar una mujer presidenta por primera vez, vamos a reconocer el trabajo de las mujeres mexicanas”, dice ante el aplauso, más de ellas, que de ellos.
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