La creación pictórica de Rufino Tamayo se inscribe entre la de los restauradores de la forma, después de los embates que ésta había sufrido en los años veinte en Europa. Su obra Las músicas dormidas (1950), es uno de los grandes cuadros del mundo. Este artista plástico permanece como el último de los grandes clásicos. Conaculta le rinde homenaje en el vigésimo aniversario de su fallecimiento que se cumple este 24 de junio.
Rufino Tamayo nació en Oaxaca el 25 de agosto de 1899 y falleció en la Ciudad de México el 24 de junio de 1991. Junto con los representantes del llamado grupo de “Los Tres Grandes” (Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco), Tamayo fue uno de los primeros artistas latinoamericanos que alcanzó un relieve y una difusión internacional. Participó en el importante movimiento muralista que floreció en el periodo comprendido entre las dos guerras mundiales. Sin embargo, sus obras tienen una dimensión distinta y se distinguen claramente de las de dicho grupo.
El colorido original en el arte anterior a la conquista se ha perdido en la noche de los tiempos. Es cierto que los arqueólogos disponen de procedimientos que permiten rescatar fragmentos de piezas pigmentadas y que podemos imaginar basándonos en ellos, objetos particulares o ciudades enteras pletóricas de una gama cromática que probablemente estuvo a punto de causar ceguera por hiperexposición al color a los conquistadores europeos.
Sabemos que los pueblos prehispánicos lo pintaban todo de colores vivísimos que es difícil imaginar plasmados por doquier. El arte colonial estuvo impedido por su severa vinculación con la religión de abrirse a la influencia de los conquistados, de suerte que el arte de los naturales del país con todos sus colores permaneció en el olvido por largo tiempo.
Fue necesario el advenimiento de un pintor hondamente enraizado en la cultura popular, pero desgajado voluntariamente de las corrientes de la plástica en boga en su tiempo, para rescatar el color e inventar una pintura que, toda cromatismo, habría de llevar al mundo una imagen de México en la que el color-Tamayo, si se permite la expresión, constituyó un invento y ya en el contexto de toda una obra, una revelación plástica.
Rufino Tamayo se caracterizó por su independencia de los planteamientos ideológicos y revolucionarios, y por una voluntad estética que desarrolla el tema indio con un estilo más formal y abstracto.
A los 16 años ingresó a la Academia de Bellas Artes de San Carlos para iniciar su formación profesional y académica. La abandonó y se dedicó al estudio de los modelos del arte popular mexicano y a recorrer todos los caminos del arte contemporáneo.
Rufino Tamayo desempeñó cargos administrativos y en 1921 fue nombrado titular del Departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología de México. En 1926 presentó su primera exposición pública y gracias al éxito conseguido fue invitado a exponer sus obras en el Art Center de Nueva York. Más tarde, en 1928, ejerció como profesor en la Escuela Nacional de Bellas Artes y, en 1932, fue nombrado director del Departamento de Artes Plásticas de la Secretaría de Educación Pública.
En 1938 recibió y aceptó una oferta para enseñar en la Dalton School of Art de Nueva York. Un año después de su nombramiento como director del Departamento de Artes Plásticas realizó su primer mural. A lo largo de casi tres décadas vivió en el extranjero pero siguió visitando México para encargarse de los murales que se le encomendaban.
En 1952 realizó su primer fresco en el Palacio de Bellas Artes. En 1956 realizó en Houston el que es quizá su mural de mayor envergadura, titulado América (1956); antes, en 1953, había realizado el mural El Hombre para el Dallas Museum of Cine Arts; en 1957, y para la biblioteca de la Universidad de Puerto Rico, lleva a cabo su mural Prometeo y, un año después, en 1958, realiza un monumental fresco para el Palacio de la Organización de las Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en París.
Su obra como muralista, hecha en el más puro “mexicanismo”, culmina en el mural El día y la noche. Realizado en 1964 para el Museo Nacional de Antropología e Historia de México, simboliza la lucha entre el día (la serpiente emplumada) y la noche (el tigre). Ese mismo año recibió el Premio Nacional de Artes. Sus últimos trabajos monumentales datan de 1967 y 1968, cuando por encargo gubernamental realizó los frescos para los pabellones de México en la Exposición de Montreal y en la Feria Internacional de San Antonio (Texas). A partir de entonces, retirado casi, se dedicó de lleno a transmitir el saber acumulado en su larga e intensa vida artística.
En México, el Museo de Arte Moderno tiene la colección más importante de su creación, pero el recinto que lleva su nombre, el Museo Tamayo Arte Contemporáneo, posee una colección de arte contemporáneo internacional que integraron Olga y Rufino Tamayo y ejemplifica las vanguardias de los años en que fue formada (segunda mitad del siglo pasado), así como las afinidades estilísticas del maestro.