México, D.F.- “Lleno de mí, sitiado en mi epidermis por un dios inasible que me ahoga, mentido acaso/ por su radiante atmósfera de luces/ que oculta mi conciencia derramada,/ mis alas rotas en esquirlas de aire,/ mi torpe andar a tientas por el lodo;/ lleno de mí -ahíto- me descubro/ en la imagen atónita del agua”.
Con esas palabras de Muerte sin fin, el poeta José Gorostiza impactó para siempre a la literatura mexicana, dotando de sangre y latidos propios al sentir de toda una generación que se abría camino entre la influencia del pasado y la modernidad.
Uno de los miembros más brillantes y queridos de la llamada generación de los Contemporáneos, José Gorostiza, nació el 10 de noviembre de 1901 en la comunidad de San Juan Bautista, hoy conocida como Villahermosa, Tabasco, tierra a la que nombraría como “un paraíso de luminosidades y oscuridades que definieron su alma de juventud”.
Considerado uno de los maestros del simbolismo en el quehacer poético, creando en cada obra imágenes poderosas a las que muchos críticos describieron como arquetípicas, José Gorostiza fue un eterno hacedor de preguntas que para muchas generaciones tradujo los sentimientos más intrínsecos en cuestionamientos inteligibles, aunque profundamente espirituales, desgarradores y pasionales.
Del grupo de los Contemporáneos, en el que destacan grandes figuras como Xavier Villaurrutia , Carlos Pellicer y Gilberto Owen, a Gorostiza se le reconoce en el ámbito poético por su destreza para moldear la belleza en palabras vivas que a menudo cruzan la frontera con lo onírico.
Sus dos grandes obras, Canciones para cantar en las barcas (1925) y Muerte sin fin (1939), son para muchas generaciones de lectores un ejemplo del poder de la literatura para crear revoluciones culturales y para hacer participe al lector de sendas dialécticas, a menudo metafísicas que expresan las preguntas constantes de la condición humana.
José Gorostiza fue un conocido adepto a la literatura europea y durante varios años se dedicó a la crítica literaria y de artes plásticas, reseñando en sus artículos el gran movimiento cultural que experimentaba México en el primer tercio del siglo XX.
Como servidor público, trabajó en el servicio exterior desde 1927, representando los intereses de la nación en Italia e Inglaterra, entre otros países.
En su papel de diplomático, Gorostiza invertía todo su tiempo libre en la creación de su obra literaria, afirmando que “la poesía no es diferente, en esencia, a un juego de escondidas, en que el poeta la descubre y la denuncia, y entre ella y el, como en el amor, todo lo que existe es la alegría de este juego.
Fue jefe del Departamento de Bellas Artes de la SEP y en 1958 trabajó como subsecretario de la Secretaría de Relaciones y como secretario de la misma en 1964.
En 1944 se desempeñó como ministro plenipotenciario y director general de Asuntos Políticos y del Servicio Diplomático, siendo en 1946, asesor del representante de México ante el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas.
Otro cargo relevante fue el de embajador de México en Grecia, de 1950 a 1951. De 1953 a 1964 participó como delegado en muchas conferencias internacionales y de 1965 a 1970 ocupó la presidencia de la Comisión Nacional de Energía Nuclear.
A mediados de los años cincuenta, el poeta ingresó como miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, y se desempeño en la docencia como catedrático universitario. En 1968 fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura.
José Gorostiza falleció en la Ciudad de México el 16 de marzo de 1973, dejando con su obra una huella imborrable en la cultura mexicana.