México, D.F.- El incremento en los niveles de actividad del volcán Popocatépetl ha despertado inquietud en la población cercana al mismo, pero también la prevención; “graniceros” acuden a sus parajes, y a los del Iztaccíhuatl, para celebrar ritos con los que buscan apaciguar a la montaña; estas costumbres son estudiadas por antropólogos, quienes ven en ellas una forma en que el ser humano se relaciona con otras entidades.
El pasado martes 1 de mayo, Ramsés Hernández Lucas, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), tuvo la oportunidad de observar el desarrollo de uno de estos rituales, una ceremonia de petición de lluvia y de agradecimiento en la que se solicitó, particularmente, calmar la creciente actividad del coloso.
En el sitio de María Blanca, a las faldas del Iztaccíhuatl, en la orilla de un arroyo que proviene del mismo volcán, los participantes del ritual, procedentes del poblado mexiquense de San Pedro Nexapa, dirigieron jícaras con agua hacia el Popocatépetl y aventaron su contenido para pedir un buen temporal. Mientras, “la mayor”, doña Silvestra ofreció incienso.
“Al acabar el rito, comenzó a nevar en lo alto de la montaña. Eso demostró la eficacia del ritual que encabeza el ‘granicero’, y cuya intención es mandar llamar a los espíritus del tiempo, es decir, que se hagan presentes. En este caso se manifestaron por medio de la nevada”, expresó Ramsés Hernández, maestro en Etnohistoria.
Al participar en la VII Semana de Antropología de la Montaña, que se realiza esta semana en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), el experto habló de los rituales y ofrendas en el culto a las deidades vinculadas con ambas elevaciones, así como de sus continuidades y adopción de elementos desde la época prehispánica hasta el día hoy.
Hernández Lucas ha estudiado dos ritos en particular, el que realizan en el Iztaccíhuatl “graniceros” o “misioneros del temporal”, a cargo de mujeres de San Pedro Nexapa, y uno más que tiene lugar en la Cueva del Divino Rostro, en el Popocatépetl, al cual ascienden “graniceros”, hombres del pueblo de Metepec, en Puebla.
“Son escasos los estudios comparativos que permiten discernir similitudes y diferencias, continuidades y discontinuidades históricas de los rituales en los volcanes. Una fuente primordial para esta investigación son las descripciones de fray Diego Durán, relativas a la forma en que los ‘graniceros’ trabajaban con el entorno natural. En época prehispánica esto fue un sistema de conocimiento ampliamente difundido.
“Al comparar lo que señala esta fuente colonial con los depósitos actuales, en el Iztaccíhuatl, principalmente, notamos la presencia de ofrendas de papel e incienso en cuevas, oquedades de árboles, manantiales y rocas, pero es en las de los alimentos donde se observa la incorporación de nuevos elementos; aunque el fin, la petición a las deidades, sigue siendo el mismo”.
En el caso de los “graniceros” de Metepec, éstos siguen utilizando chalchihuites (jade), como sucedía en época prehispánica. “He observado que don Epifanio, el principal de la ramal de ‘misioneros del temporal’, coloca una jícara con cinco piedras como parte del depósito ritual, a las que llama ‘rayos’ y las cubre con una capa de algodón. Al final, pone un chalchihuite con un orificio al centro”, explicó Ramsés Hernández.
La flor, dijo, es otro de los elementos que ha permanecido en los ritos a la montaña, como símbolo de sacrificio y de autoridad; es el elemento más importante de la ofrenda. La forma en que se da el “llamado” también permanece desde tiempos precolombinos; a través de los sueños, los “graniceros” reciben las indicaciones: el color del papel y de la flor, el tipo de bebida, etcétera.
Por su parte, la doctora Margarita Loera, profesora de la ENAH, indicó que anterior a la llegada de los totolimpanecas (primer grupo chichimeca que se estableció en el área) a la región de Amecameca, en 1200 d.C., fueron veneradas deidades como Chalchiuhtlicue (diosa del agua) y el totoli o guajolote (representación de Tezcatlipoca), las cuales, después de la Conquista, se cambiaron por advocaciones cristianas, veneradas en fechas similares, entre ellas Santo Tomás.
“Independientemente de estos cambios, la característica de la deidad sigue siendo la misma: la bipolaridad, porque es la representación completa del universo. Por ejemplo, en el siglo XVII, al hacer un ritual a la Virgen de Amecameca, se estaba ritualizando al Iztaccíhuatl”.
La VII Semana de Antropología de la Montaña es uno de los resultados del Proyecto Eje Conservación del patrimonio cultural y ecológico en los volcanes, que reúne a especialistas de las siete licenciaturas de la ENAH, además de tener la colaboración de la Dirección de Estudios Históricos del INAH.
De 2007 a la fecha, también ha logrado constituirse una línea editorial que al momento se compone de 12 títulos, entre ellos: Flor de volcanes. Sor Juana Inés de la Cruz: vida y región donde nació; Moradas de Tláloc. Arqueología, historia y etnografía sobre la montaña; Identidad, paisaje y patrimonio; y La Sierra Nevada de Calimaya (sus tiempos y espacios). Asimismo, en breve aparecerá el primer tomo de una serie dedicada a América, tierra de montañas y volcanes.
Como parte de los trabajos derivados de dicho proyecto, que se divide en varias líneas de estudio, los investigadores han establecido una relación profunda con algunos sectores sumamente importantes, en lo que respecta a la conservación del ecosistema de montaña mexiquense, entre ellos justamente los “graniceros”.