Definitivamente, estos también serán los Juegos Olímpicos de Michael Phelps. Tras la cosecha de ocho medallas en Atenas y en Pekín, el de Baltimore llegó a Londres con dos objetivos: disfrutar de la vida y alcanzar el récord de Latynina, con 18 medallas olímpicas totales. Ha conseguido ambas cosas. Se le ha visto alguna noche a deshora por la villa olímpica y ha puesto en su sitio a todos los pretendientes de su corona: aquí sigue mandando él.
Phelps ha vuelto a demostrar que no es bueno olvidarse de un gigantesco competidor como él. Hoy lo volvió a demostrar en la final de los 100 mariposa, otra de sus pruebas fetiche. Allí se encontraba con su verdugo en los 200, el surafricano Le Clos, y el eterno Cavic, aquel que superó en Pekín por una milésima de segundo, si es que llegó a ser tanta diferencia.
Y el de Baltimore empezó lento, como suele en esta prueba. Cruzó los 50 metros muy rezagado, hasta que puso en marcha su lancha y comenzó la propulsión turbo: fue superando rivales hasta los últimos metros, donde esta vez no cometió el mismo error que en los 200, el tiburón llegó a la altura de Le Clos, le superó y llegó incluso con holgura hasta el oro, un escalón más en la leyenda de este chico que lloraba de niño cuando le metían en el agua y terminó viviendo en ella. 21 medallas: 17 oros, 2 platas y 2 bronces.
La proeza también dejó una mala noticia: no volveremos a ver nadar a Michael Phelps en una prueba individual. El mayor competidor olímpico que nunca hubo se nos va mañana, nadando la final de los relevos 4×100 estilos. Apuesten a ganador. Nunca ha sabido hacer otra cosa en su vida que no fuera ganar.