El hombre que lideró la histórica expedición a lo largo del Gran Cañón no tenía precisamente el aspecto de uno de aquellos elegantes exploradores de la edad dorada de la exploración.
John Wesley Powell medía apenas 168 centímetros, tenía el pelo como un cepillo y una barba rebelde manchada de tabaco que le llegaba hasta el pecho.
La manga derecha de su chaqueta colgaba vacía, porque una bala de plomo que recibió en la batalla de Shiloh le hizo perder el brazo.
Pese a estar mutilado, después de la guerra de Secesión se lanzó a explorar amplias franjas de las Montañas Rocosas, vivió entre bandas hostiles de indios, descendió por los ríos Green y Colorado e investigó los laberintos desconocidos de uno de los cañones más grandes del mundo.
¿ Qué impulsó a este profesor universitario manco a embarcarse en algunas de las exploraciones más arriesgadas de su época?
De hecho, podríamos hacernos la misma pregunta sobre cada uno de los 32 hombres que se unieron a Powell el 13 de enero de 1888 en el Club Cosmos de Washington, D.C. Como él, la mayoría había efectuado sus propias expediciones por territorios ignotos.
Entre ellos figuraban veteranos de la guerra de Secesión y las guerras indias, oficiales navales, montañeros, meteorólogos, ingenieros, naturalistas, cartógrafos, etnólogos y un periodista que había atravesado Siberia.
Unos habían estado varados en el Ártico y otros, sobrevivido a violentas tempestades, esquivado ataques de animales y avalanchas, soportado hambre extrema y perseverado contra la aplastante soledad que supone viajar por los lugares
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