Dodecaneso, del griego dódeca nisiá, sugiere que en este archipiélago griego hay una docena de islas, pero el asunto del número es sorprendente. Ciñéndonos a las habitadas y descartando islotes y rocas, se cuentan 21 islas: Patmos, Arki, Maratho, Lipsí, Agathonisi, Farmakonísi, Leros, Kálymnos, Telendos, Psérimos, Kos, Nísyros, Lévitha, Astypálaia, Tílos, Sými, Chálki, Rodas, Kárpathos, Kásos y, rozando la costa turca, la remota Kastellorizo.
Para visitar el Dodecaneso primero hay que sobrevolar o cruzar en barco el Egeo (el mar por donde pasean los ángeles según los griegos) hasta la isla de Rodas. Los viejos molinos sobre el muelle y las murallas de su ciudad medieval reciben al viajero. Falta el Coloso de Rodas, la estatua de bronce de 37 metros de alto considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo, derrumbada por un terremoto y cuyos trozos, dice la leyenda, se llevaron unos piratas sarracenos en el siglo VII a lomos de 900 camellos.
Rodas es el conjunto urbano medieval más extenso de Europa y perderse por sus laberínticos callejones es como retroceder en el tiempo. La isla, igual que las otras del archipiélago, cambió de manos a lo largo de la historia, pero fueron los Caballeros de la Orden de San Juan –también conocida como «de Malta»– los que dejaron una huella más profunda y edificaron la ciudad amurallada que aún pervive.
La restauración llevada a cabo por los italianos, que ocuparon estas islas entre 1912 y 1948, le devolvió el antiguo esplendor, en especial a las señoriales construcciones del barrio de los Caballeros. Encaramados a las murallas es posible evocar el asedio otomano de 1522, dirigido en persona por el sultán Solimán el Magnífico y que terminó con la expulsión honrosa de estos monjes guerreros quienes acabaron refugiándose en la isla de Malta, de la que tomaron el nombre.