A la edad de 83 años, el 5 de noviembre del año 2000, falleció la bailarina, coreógrafa y productora Amalia Hernández Navarro, cuyo trabajo se caracterizó por expresar los bailes populares de todas las épocas y regiones de México.
“Amalia Hernández logró marcar una de las tendencias más representativas de la danza mexicana en la segunda mitad del siglo XX. Llegó a convertirse en un símbolo de ‘mexicanidad’ a través de su obra más importante: el Ballet Folklórico de México, conocido mundialmente y utilizado como imagen del país, dentro y fuera de éste”, expone la investigadora Margarita Tortajada Quiroz en su ensayo Amalia Hernández: audacia y fuerza creativa.
A 13 años de su partida el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) recuerda el legado de la hija de Lamberto Hernández y Amalia Navarro, quien descubrió su vocación de bailarina a los ocho años de edad.
Relatan las biografías de tan importante artista que en un primer momento su padre consintió que tomara clases privadas, pero sólo podía bailar en su casa y exhibirse frente a familiares, por ello se le construyó en su hogar un estudio y recibió clases particulares de importantes maestros de danza: de Luis Felipe Obregón y Amado López aprendió danza mexicana; danza española con Encarnación López La Argentinita, y ballet con la maestra francesa Nelsy Dambre y el ruso Hipólito Zybin.
En 1934, quien llegara a ser la máxima figura exponente de nuestra cultura nacional; ingresó a la Escuela Nacional de Danza, dirigida por Nellie Campobello; fue alumna de ésta, Gloria Campobello, Ernesto Agüero, Dora Duby, Tessy Marcué y Xenia Zarina, en la que participó en diversas obras, como El ballet de masas 30-30.
Al salir de esta escuela por conflictos con la directora, recurrió a la maestra Estrella Morales, a cuya escuela llegó en 1939 Waldeen von Falkenstein, la pionera de la danza moderna mexicana, en busca de bailarinas para conformar el Ballet de Bellas Artes. Aunque Hernández fue una de las seleccionadas, su familia la retiró del grupo, no permitiéndole participar en la experiencia, para después contraer matrimonio, lo que por un tiempo la separaría de la danza.
En 1947, en el interior del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) se creó la Academia de la Danza Mexicana (ADM), cuyos lineamientos consideraban que el arte popular era la “fuente viva de conocimiento y de carácter de lo mexicano”. Amalia Hernández se integró a dicha Academia en 1948 y colaboró en la fundación del Ballet Nacional de México, dirigido por Guillermina Bravo.
Un par de años después, la creadora de la pieza Sinfonía india, basada en la música de Carlos Chávez; fundó el Ballet Moderno de México y el Ballet de México, que son la simiente del Ballet Folclórico de México (BFM), creado oficialmente en 1952 y que es uno de los emblemas del arte dancístico de México.
En los Juegos Panamericanos de Chicago en 1959, donde la revista Life le dedicó una portada, el presidente Adolfo López Mateos ofreció a Amalia Hernández el apoyo necesario para crear uno de los mejores ballets del mundo para México. Desde entonces, el grupo de Amalia Hernández logró ser programado semanalmente para presentar su espectáculo en el Palacio de Bellas Artes, que comenzó a ofrecer funciones dominicales, lo que se sigue realizando hasta la fecha.
En 1961 el BFM obtuvo el primer lugar en el Festival del Teatro de las Naciones, de París, donde compitió contra 36 espectáculos de todo el mundo.
Años más tarde, en 1968, para la Olimpiada Cultural, paralela a los Juegos Olímpicos de México, la artista nacida en la Ciudad de México, el 19 de septiembre de 1917; dirigió el Ballet de los Cinco continentes y el Ballet de las Américas. El primero convocó a coreógrafos extranjeros para montajes en México y el segundo incluía obras de coreógrafos mexicanos a partir de un proceso de investigación en diversos países.
Originalmente las dos nuevas compañías y sus repertorios sólo se presentarían durante la Olimpiada Cultural, pero su éxito las mantuvo varios años en foros mexicanos y extranjeros.
En ese mismo año, 1968, también abrió sus puertas la escuela y teatro del Ballet Folclórico de México (BFM) donde se forman nuevos bailarines para la compañía y profesionales que trabajan en otros espacios. Más adelante se establecerían tres vertientes: folclor, ballet clásico 70 y el grupo experimental de danza moderna.
Una acción decisiva dentro de su escuela es que la artista invitaría a coreógrafos y maestros estadounidenses a impartir cursos y hacer montajes. Entre ellos estuvieron Alvin Ailey, Louis Murray y Alwin Nikolais, lo que tendría importantes repercusiones ya que fracturó la hegemonía de la técnica Graham, promovida por Guillermina Bravo quien la incorporó como base del entrenamiento del Ballet Nacional en 1963.
Aunque los proyectos artísticos centrales de Amalia Hernández eran su escuela y su compañía, mostró gran interés por otras manifestaciones y las apoyó; contribuyó de manera generosa a la formación de muchos bailarines –becando a algunos para que tomaran cursos en Nueva York-, maestros y coreógrafos de la danza mexicana.
Actualmente el BFM sigue siendo la cumbre de la danza tradicional escénica en México, cuyo su repertorio de más de 60 piezas permanece conformado por la obra de Amalia Hernández.
Felipe Segura en el texto La obra de Amalia Hernández, apuntó que a pesar de los conflictos y las críticas, Amalia Hernández y el Ballet Folclórico de México han alcanzado un lugar privilegiado en el mundo entero al ser la única compañía mexicana que ha logrado internacionalizarse y viajar a casi todos los países como embajadora oficial.