El licor más célebre de Francia le debe mucho, paradójicamente, al agua generosa del río Charente que en la tierra del cognac francés vivifica valles y colinas tapizadas de viñedos. «El río más bello del reino», como afirmaba el rey Francisco I de Francia (1494-1547) que había nacido en estas tierras, enhebra ciudades históricas, pueblos con encanto y abadías que en la Edad Media acogían a peregrinos jacobeos y paisajes ribereños de sutil belleza. Es la comarca del coñac que se extiende, igual que lo hace el río Charente y este recorrido, entre las ciudades de Angulema y Saintes.
Angulema es hoy capital del departamento francés de Charente, pero en el medievo ya era una etapa importante para los viajeros y peregrinos que se quedaban extasiados al contemplar el retablo en piedra que es la fachada de la catedral románica de St-Pierre. En el siglo XIX, los arquitectos Abadie, padre e hijo, restauraron con cierta libertad este templo, como también hicieron con el castillo –ahora el Ayuntamiento–; asimismo construyeron Les Halles, un mercado de estilo modernista y con bello techo acristalado, que imitaba al que por entonces resplandecía en París.
El río que riega Angulema, y que hasta hace poco movía los molinos de la zona, es navegable en 170 kilómetros, salvando, eso sí, una veintena de esclusas. Durante siglos, por él circularon mercancías como vino, sal, papel, telas y hasta cañones. Las gabarras comerciales dejaron de funcionar en 1936. La última salió de Jarnac, 30 kilómetros al oeste de Angulema. Ahora, en esta localidad, gran productora de coñac y también de pineau (mezcla de mosto y licor), se inicia una ruta fluvial que permite a los turistas surcar el río y pilotar su propia barcaza.
La iniciativa partió de unos paisanos del vecino pueblo de St-Simon que, en 1988, rehicieron una nave típica; la historia de estas embarcaciones se narra en la Maison des Gabarriers. Hoy son decenas las barcazas que navegan el Charente. Uno de los altos más gratificantes que puede realizarse en esta ruta fluvial es la abadía de Bassac (siglos XI-XV), aunque cualquier aldea, por diminuta que sea, arropa una iglesia románica.
La ciudad de Cognac
Basta poner pie a tierra en Cognac (a 15 km) para entender que se pisa un lugar aristocrático. Aunque de tamaño medio (20.000 habitantes), ofrece mucho que ver y, sobre todo, resulta agradable para vivir, con mesones donde se rinde culto, como era de esperar, al vino, al coñac y a recetas que aprovechan sus virtudes. Lo mejor es visitar la oficina de turismo de la plaza de la Salle Verte y dejarse orientar sobre qué ver en la ciudad y fuera de ella, como seguir la ruta de las bodegas o la de las mansiones fortificadas.