Las marcas de fuego en los libros antiguos, que se empezaron a utilizar en la Nueva España a partir del siglo XVII para proteger del robo a las bibliotecas religiosas e identificar la librería a la que pertenecía cada ejemplar, ahora son una herramienta fundamental para la ubicación exacta del colegio o convento al que perteneció determinado volumen, luego de la dispersión de los acervos de las bibliotecas novohispanas con la promulgación de las Leyes de Reforma en el siglo XIX.
La marca de fuego es el resultado de colocar sobre los cantos de un libro o papel un hierro candente con alguna insignia, figura, sigla, nombre, sello, etcétera, y así poder identificar al dueño del libro o su procedencia.
Especialistas en el estudio y resguardo de fondos bibliográficos antiguos abordaron el tema durante la Segunda Jornada de Estudios sobre Bibliotecas Novohispanas, que se realizó en el Museo Nacional del Virreinato, organizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la Universidad Nacional Autónoma de México, a través del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas.
María de los Ángeles Ocampo Villa, responsable de la colección de libros antiguos del Museo Nacional del Virreinato (MNV), detalló que, aunque el origen de este tipo de distintivo es incierto, se cree que surgió en España durante el siglo XVI, y posteriormente se extendió a Nueva España, Guatemala, Nicaragua, Filipinas, Portugal y Brasil.
Al mostrar varios ejemplos de libros con marcas de fuego, en resguardo del MNV, abundó que la finalidad de las marcas de fuego era inhibir el robo de libros, ya que las cédulas de excomunión fijadas en las puertas de las librerías conventuales para controlar el hurto resultaron ineficaces. Por tal motivo, se buscó un sistema más seguro para los libros, como la fabricación de herretes o fierros para marcarlos, semejantes a los que se utilizaban para el ganado y los esclavos.
Para marcar un libro, se ponía el herrete a calentar al rojo vivo y de inmediato se colocaba en los cantos de cada pieza. En algunos casos se llegaron a hacer en las tapas e interiores de las obras, aunque no hay muchas con este tipo de distintivo.
Las marcas de fuego se han dividido en epigráficas (palabras, abreviaturas, monogramas, anagramas, iniciales, mixtos) y figurativas (animales, objetos, figuras humanas, escudos heráldicos, sellos).
Ocampo Villa comentó que la importancia de las marcas de fuego no sólo tiene que ver con la cuestión estética de su diseño, sino que también facilitan la identificación de los libros por órdenes religiosas.
En el caso de la colección de la Biblioteca Pedro Reales, que resguarda el MNV, indicó que está integrada por aproximadamente cuatro mil ejemplares y dividida por colegios y conventos: Colegio Noviciado de la Compañía de Jesús, Colegio de San Francisco Javier y Congregación de Loreto, de Tepotzotlán; Colegio de San Pedro y San Pablo, Colegio de San Ildefonso, Convento de Santo Domingo, Convento de Portaceli, de México; Colegio de Pátzcuaro, Michoacán; Convento de Tlalquiltenango, Morelos, y Convento de San Jacinto de Filipina o de la China.
Refirió que hace 25 años la doctora Stella María González Cicero, entonces directora de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH), a través del proyecto Rescate de Fondos Conventuales en la República Mexicana, emprendió la tarea de seleccionar de la biblioteca del MNV aquellos libros con marca de propiedad y marca de fuego de otros conventos ajenos a los jesuitas, tales como agustinos, franciscanos, carmelitas, Seminario de Morelia, por mencionar algunos, para trasladarlos a la colección de fondo reservado de la BNAH.
Asimismo, varios ejemplares de esa biblioteca, con marcas de propiedad y de fuego, pertenecientes a varios colegios de la Compañía de Jesús de la Ciudad de México y de los mismos jesuitas que habitaron el Colegio y Noviciado de Tepotzotlán, pasaron junto con una colección de aproximadamente 424 ejemplares de los conventos dominicos al acervo de la Biblioteca Pedro Reales del MNV.
“En nuestros días, las marcas de fuego son herramienta fundamental para la ubicación exacta del colegio o convento al que perteneció el libro en su momento, además de poder apreciar la calidad artística de su elaboración y diseño, así como la carga simbólica que representa cada una de éstas”.
En la colección del MNV, compuesta por obras de los siglos XVI al XIX, hay libros de gramática, literatura, física, medicina, geografía, derecho canónico, filosofía, mística y teología, entre los que destaca una Biblia Sacra, editada en Amberes por Cristóbal Plantini en 1583, que contiene en los cantos 10 marcas de fuego y otras más en las páginas. “Es el libro más marcado del que se tenga conocimiento hasta el momento”.
Otros ejemplos son los que tienen los volúmenes del Convento de Santo Domingo, con la figura de la flor de lis que identifica al santo dominico. También los hay con las letras “SOP”, que indica que es de San Jacinto de las Filipinas, de la orden de predicadores.
Asimismo, se hallan libros con marcas personales, como Juan de Poblete y el licenciado Villalobos, y otros con leyendas manuscritas divertidas como ésta: “Si este libro se perdiere como suele suceder, le suplico a quien lo hallare me lo sepa devolver, y si mi nombre ignorare, aquí lo voy a poner”.
David Saavedra Vega, responsable de la Biblioteca Conventual del Museo Regional de Querétaro, comentó que dicho acervo está integrado por 13 mil 883 volúmenes, algunos con marcas de fuego, entre los que destaca uno con tres distintivos de diferentes congregaciones, uno sobre otro.
Los volúmenes están resguardados en cuatro salas; en la primera hay textos de carácter legal, diccionarios, enciclopedias y homilías; la segunda tiene libros de teología y patrística, mientras que la sala tres alberga volúmenes bíblicos, boletines eclesiásticos y libros corales del siglo XVIII y uno del XIX. La sala cuatro contiene libros de filosofía, y hay un área destinada a la atención de libros dañados.