Diego Osorno…presentó Contra Estados Unidos Crónicas Desamparadas

Qué simboliza marchar, caminar, qué significa luchar pacíficamente; ¿es siquiera posible esto último? Si no es así, de qué otras formas se puede hacer frente desde la posición de la sociedad civil que aporta víctimas en la guerra contra el tráfico de drogas y contra las políticas de Estados Unidos respecto a este tema.

Provocar una confrontación con la conciencia, así, desde ahí la lucha pacífica es real. Es el contexto de una caravana que unió a campesinos, indígenas, obreros, habitantes de las zonas más marginadas, despreciados por un sistema para el que son invisibles. Lo más valioso es que este movimiento ha permitido que tengan voz, que puedan gritar. Y esto es lo que está entre las páginas del libro de Diego Osorno, Contra Estados Unidos, crónicas desamparadas, que publica Editorial Almadía.

“La Caravana por la Paz es una prosa, la rima con la que cruza Estados Unidos es el dolor narrado en cada lugar por los familiares de víctimas de la guerra del narco en México”. Con ese ritmo narra Diego Osorno un momento, una postal de la larga Caravana que acompaña como periodista, como escritor, como ser humano.

“El 27 de enero de 2011, Alfonso Moreno viajaba por la carretera de Monterrey a Nuevo Laredo. A las 8:50 pm. desde su Blackberry actualizó su estado de Facebook, acababa de pasar la caseta de cuota de Salinas Hidalgo, Nuevo León. Desde aquel momento su madre, Lucía, no supo más de él”.

En Columbus, Georgia, se encuentra la Escuela de las Américas, en Fort Benning. En esa zona boscosa, narra Diego Osorno, germinó un núcleo de soldados de élite que luego volvieron al Ejército Mexicano para más tarde desertar y convertirse en: Los Zetas. Llega ahí la Caravana por la Paz una de las anuales manifestaciones que busca el cierre de la institución, dedicada a entrenar oficiales en la tortura y ejecuciones. “Institución que crea criminales, oficiales sin ética”, que luego vuelven a sus países de origen a hacer la guerra contra la población, un autoexterminio.

En las palabras de Javier Sicilia, recorrer Estados Unidos era importante porque era viajar al otro lado del problema.

En 2004, Yvette Martínez cruzó con su amiga Brenda Cisneros hacia México para asistir a un concierto de Pepe Aguilar, esa noche fue la última que su padre tuvo contacto con ella. Por su cuenta descubrió que habían sido interceptadas por policías municipales de Nuevo Laredo. Las entregaron como regalo a altos mandos de los Zetas. Su padre sigue cargando en mítines la pancarta con el rostro sonriente de su hija desaparecida.

End the drug war to stop the killing se leía en una pancarta durante la marcha de la caravana en Chicago, que avanza conducida por Che Serna, miembro desde los 10 años de la pandilla más grande de Chicago, Latin Kings, quien junto con el poeta chicano, Luis Rodríguez, buscan promover la paz entre las diversas pandillas. Luego de dos horas llegan a una iglesia protestante del barrio afroamericano, discípulo de Malcolm X, el reverendo les dirige una bienvenida “Recuerden que siempre será larga la caminata para llegar a la justicia y a la dignidad”.

La poesía también sirve para hacer la guerra, quizá incluso sus orígenes sean esos ¿o qué piensas Javier?, ¿después de lo que ha pasado en México entre 2007 y 20012, dónde acomodas la poesía? le pregunta Diego Osorno a Sicilia, porque este recuento, este re-correr que es la escritura, es un diálogo que el escritor va sosteniendo personalmente con el poeta. “Es que la poesía a veces usa lo terrible para nombrar lo maravilloso, la literatura es ambigua pero en su ambigüedad descubre los significados de paz. El lenguaje lo han degradado los políticos y los criminales. No me alcanza la lengua, está asfixiada como asfixiaron los pulmones de m’ijo”.

Venimos de un valle de sangre, dice María Herrera Magdaleno, yo tengo cuatro hijos desaparecidos (dos en Guerrero y dos en Veracruz). Dios me tiene aquí para luchar por todas las personas que no pueden hacerlo, que tienen miedo. Gracias a este ser humano que nos ayudó a darnos la visibilidad porque estábamos en el olvido.

Se sabe, es en ese territorio norteamericano en donde el tráfico de droga se vuelve negocio pleno. Lo ejemplifica el escritor cuando apunta que mientras los campesinos colombianos cultivan 100 kilos de hoja de coca para ganar mil dólares, con esa cantidad de hoja se procesa un kilo de cocaína que se vende en Harlem a 100 mil dólares. La supuesta guerra contra las drogas no ha cambiado nada la demanda, pero sí ha aumentado exponencialmente la violencia, la criminalidad, la extorsión, el secuestro, ha generado miles de desplazados, ha creado ejércitos de criminales. Es la diversificación del crimen.

No podemos acostumbrarnos, no debería ser nuestra cotidiana realidad. Lo cierto es que lo vamos dejando pasar. Lo cierto es que se vuelve costumbre y la gravedad y el horror se volatilizan. Advierte Diego Osorno. Y para que no lo sea, este testimonio se levanta entre letras. Lo afirma el escritor, la resistencia y la poesía pueden ir juntas, y así se evidenció en esta caravana. La Caravana por Estados Unidos se mide por haber hecho lo que se tenía que hacer.

Diego Osorno nació en 1980 en Monterrey, Nuevo León. Ha escrito los libros Oaxaca sitiada (Grijalbo, 2007), El Cártel de Sinaloa (Grijalbo, 2009), Nosotros somos los culpables (Grijalbo 2010), País de muertos (Compilador Debate, 2011), Un vaquero cruza la frontera en silencio (Conapred, 2011) y La guerra de los Zetas (Grijalbo, 2012). Recibió el Premio Latinoamericano de Periodismo sobre Drogas y el Premio Internacional de Periodismo por los 35 años de la revista Proceso. Ha sido nominado al Premio Gabriel García Márquez y obtuvo el Premio Nacional de Periodismo 2013. El diario Stampa Romana de Italia le otorgó el premio “A Mano Disarmata 2014”. Dirigió el corto documental Entrevista con un zeta (Bengala, 2013). Es también consejero editorial de la revista Tierra Adentro.

Diego Osorno, Contra Estados Unidos, crónicas desamparadas. Almadía 2014. Pp 275