André Breton “tiró un poco las cosas hacia su propia invención” cuando declaró que México es un país surrealista, “para mí es más mitológico”, afirmó Leonora Carrington (1917-2011) en una de las escasas entrevistas que llegó a conceder. Un día como hoy, 6 de abril, la artista cumpliría 98 años.
Ese mundo de dioses antiguos que resiste a perderse en el tiempo lo plasmó en un onírico mural que se conserva en el Museo Nacional de Antropología (MNA): El mundo mágico de los mayas.
“La novia del viento”, como la bautizó Max Ernst, tuvo el encargo en 1963 de llevar a cabo una obra para el MNA, que en breve se convertiría en el espacio guardián de las colecciones prehispánicas y etnográficas más importantes del país. Para ello realizó El mundo mágico de los mayas, un óleo que hasta ese entonces representaba el de mayores dimensiones dentro de su producción.
En uno de los muros de la Sala Pueblos Mayas del recinto ubicado en Reforma y Gandhi, Bosque de Chapultepec, se admira esta escena de 2 x 4.30 metros, donde la pintora anglomexicana plasmó su muy particular concepción de las leyendas y mitos de los indígenas chiapanecos, particularmente de tzotziles y tzeltales, con quienes tuvo una experiencia directa.
Entre el grupo de artistas convocados para realizar piezas ex profeso para el Museo Nacional de Antropología, Leonora Carrington figuró entre quienes obtuvieron mejores resultados al acudir a la esfera ritual; su transfiguración de un hecho etnográfico conserva el vínculo con el imaginario de los surrealistas, de acuerdo con el crítico de arte Francisco Reyes Palma, en Museo Nacional de Antropología. México. Libro conmemorativo del cuarenta aniversario.
En el centro de la composición que representa el cielo, la tierra y el inframundo del mundo maya, aparece la fachada de una iglesia de San Cristóbal de las Casas; y en la parte superior, las altas cumbres que enmarcan esta zona. A un lado, las cruces del panteón de Romerillo.
Mujeres de largos cabellos levantan el vuelo desde la base de una colina, en la luz de un arcoíris naciente. La cruz maya, mediadora entre los hombres y los dioses, domina el espacio de El mundo mágico de los mayas, y sobre él, un quetzal, considerado por esta antigua civilización como un pájaro sagrado.
El inframundo está representado en la parte inferior de la escena, ahí se encuentran los animales que viven en la oscuridad; en esta zona de penumbra, la ceiba —árbol sagrado— es asaltada por búhos, y se percibe la cabaña de un i’lol (médico tradicional), encargado de curar las enfermedades del pueblo.
Cabe mencionar que, durante la temporada que Carrington pasó en las montañas de Chiapas para adentrarse en el tema, su guía fue la antropóloga suiza Gertrud Blum; gracias a ella tuvo la oportunidad de asistir a rituales de curación chamánica en el pueblo de Zinacatán (“La casa de los murciélagos”). De estos ritos le fue prohibido tomar fotografías, por lo que decidió elaborar sugestivos dibujos.
Para Giulia Ingarao, experta en la obra de la artista nacida en Lancashire, Inglaterra, “la búsqueda de unidad a través de la compenetración de los tres niveles que forman el mundo maya, sobresale como uno de los temas centrales en la interpretación de formas y contenidos llevada a cabo por Carrington en la realización del mural.
“Leonora supo reinventar, a través de su pincel y de la capacidad de comprensión e imaginación que la caracteriza, su personal y grandiosa visión del mundo de los mayas. Partiendo de su experiencia personal y de un atento estudio del Popol Vuh se ha enfrentado, por primera vez, a la compleja elaboración de una pintura de grandes dimensiones”.