Apenas tenía 14 años cuando el joven chalca Domingo Chimalpahin escuchaba con gran interés relatos sobre sus ancestros y en él nacía el deseo de contar la historia de las antiguas poblaciones mesoamericanas y su incorporación a la cultura que trajeron los españoles, lo que significó, en los primeros años del siglo XVII, el inicio de la historiografía mexicana, impregnada de orgullo por el pasado indígena.
Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, nacido en la medianoche del 26 de mayo de 1579, ingresó a los 14 años al servicio de la iglesia de San Antonio Abad, localizada en el camino de la Ciudad de México a Iztapalapa, en Xolloco, lugar legendario del encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma, el 8 de noviembre de 1519.
De ello da cuenta el historiador Salvador Rueda Smithers en uno de los textos que se pueden consultar en el micrositio del Códice Chimalpahin, que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ha puesto a disposición de investigadores, estudiantes y público en general en la dirección www.codicechimalpahin.inah.gob.mx.
Junto a sus labores de mantenimiento de la iglesia, Domingo Chimalpahin atendía con gran interés narraciones de los sabios memoriosos indios que vieron o supieron leer los libros de pinturas. “Al paso del tiempo esos relatos, recogidos y transcritos en papel con caracteres latinos, formaron los cimientos de uno de los primeros talleres de un historiador del siglo XVII, el de Chimalpahin, en cuyo seno se gestó el orgullo mexicano por el pasado propio”, dijo el también director del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec.
Arraigado en su ánimo el propósito de hacer historia, el joven cronista abrevó de lo propio y de lo ajeno para aproximarse a la realidad de las cosas, dando pie a la conformación de una serie de registros invaluables que serían fuente para el conocimiento del pasado indígena lacustre del México central.
Luego de buscar y atesorar datos sueltos, cronologías y narraciones, sin más propósito que saber del pasado, Chimalpahin configuró la historia indígena vista por él y por otros, como el mexica Hernando Alvarado Tezozómoc.
“Todos ellos miraban hacia atrás, hacia la historia propia, mediante los relatos atesorados por los orgullosos descendientes de la nobleza indígena. Estos hombres confrontaron también, con resignación y melancolía, su propia tragedia, la de la derrota y muerte de sus reyes y nobles, de los hombres y mujeres de la estirpe de Moctezuma y de Tezozómoc, del linaje de Nezahualcóyotl y Nezahualpilli”, enfatizó Salvador Rueda.
Baltazar Brito Guadarrama, director de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH), donde se resguarda este valioso corpus documental escrito en español y en náhuatl por los historiadores de ascendencia indígena, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y Domingo Chimalpahin, refiere en su texto el origen de ambos autores.
El primero nació en Teotihuacan (1578-1659) y fue descendiente de los famosos texcocanos Nezahualcóyotl y Nezahualpilli, en tanto que el segundo fue originario de Chalco Amaquemecan (1579-1660) y familiar de los antiguos señores de Chalco.
De Alva Ixtlilxóchitl escribió sobre la historia de sus antepasados acolhuas basándose en sus costumbres, música, tradiciones orales y códices. Chimalpahin abordó la mitología mesoamericana, la genealogía de las clases gobernantes prehispánicas y el devenir histórico de los pueblos del Valle de México. El códice contiene, además, la copia en náhuatl más antigua que se conoce de la Crónica Mexicáyotl, de Fernando Alvarado Tezozómoc.
Periplo de los manuscritos
Brito Guadarrama detalla que la salida de los documentos del país se remonta al siglo XIX. Tras la muerte de Fernando de Alva Ixlilxóchitl, sus manuscritos fueron heredados por su hijo Juan de Alva y éste, al morir, dejó la colección (de la cual ya formaban parte algunos trabajos de Chimalpahin) a su amigo jesuita Carlos de Sigüenza y Góngora, quien encuadernó en tres volúmenes dichos textos y donó su acervo documental al Colegio de San Pedro y San Pablo.
Una parte de esta colección pasó a la biblioteca del Colegio San Ildefonso, adonde llegó en 1827 James Thomsen, un agente inglés representante de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, quien entabló amistad con el bibliotecario José María Luis Mora. Interesado en impulsar la alfabetización del pueblo mexicano, el sacerdote y político liberal intercambió los manuscritos de Ixtlilxóchitl y Chimalpahin, por una cantidad indeterminada de biblias protestantes en castellano.
A principios de 2014, la Sociedad Bíblica de Londres acordó con la casa Christie’s subastar el llamado Códice Chimalpahin. El INAH logró negociar que el lote fuera retirado de la venta y adquirido por el gobierno mexicano. En un acto inédito, los manuscritos fueron repatriados el 18 de agosto de 2014 y desde entonces permanecen resguardados en la BNAH.
“Las crónicas de Ixtlilxóchitl y Chimalpahin son piezas originales y únicas que dan cuenta del devenir histórico de las culturas antiguas que poblaron el territorio mexicano. Dichos autores intentaron poner a los pueblos indígenas en la historia universal en el tiempo en que adoptaban la cultura española”, señaló Baltazar Brito.
Los historiadores Rodrigo Martínez Baracs y Rafael Tena destacaron que gracias al compromiso del INAH de conservar, investigar y difundir el patrimonio cultural del país, este valioso documento volvió a México y ahora está a disposición del público y de especialistas a través de su digitalización, con imágenes en alta resolución y la posibilidad de descargarlo de manera gratuita.