Se calcula que, justo antes de la erupción del Vesubio, el 24 de agosto de 79 d.C., había en Pompeya unas 1.500 viviendas, en las que vivían entre 8.000 y 10.000 personas, el 40 por ciento de ellas esclavos. Naturalmente, no todas estas residencias eran del mismo tipo. Los más pobres vivían en pequeñas habitaciones instaladas en la trastienda de un taller o negocio, o sobre un altillo (pergula) que no superaba los 50 metros cuadrados.
Los domicilios de los pequeños comerciantes, libertos y artesanos tenían entre 120 y 350 metros cuadrados de superficie y se componían de una serie de habitaciones dispuestas en torno a un atrio cubierto, a un jardín interno (xystus) o a un pasillo. Luego estaban las casas señoriales, ocupadas por la aristocracia local, los comerciantes ricos y la alta burguesía pompeyana, ciertamente las más conocidas y atractivas para los visitantes y los estudiosos.
En la mitad oeste de la ciudad (las regiones o distritos VI-VII y VIII) se alzaban decenas de residencias señoriales, de extensión considerable –entre 450 y 2.950 metros cuadrados– y provistas de todos los refinamientos y comodidades. Una de las mejor conservadas es la atribuida a Marco Lucrecio Frontón. Está situada en una calle perpendicular a la vía de Nola, en la regio V, insula IV, y conocemos el nombre de su propietario porque aparece mencionado en un grafito en el jardín y en cuatro letreros electorales pintados sobre la fachada de su casa. Aunque no era de las más extensas –tenía 460 metros cuadrados–, es conocida por poseer algunas de las pinturas más exquisitas de la ciudad.
Como en otras casas lujosas de Pompeya, la fachada de la de Lucrecio Frontón era sencilla, pero bastaba cruzar la puerta de entrada para ver los signos de la riqueza del propietario. Su estructura originaria remonta al siglo II a.C., momento en que la población todavía no plenamente romanizada que habitaba Pompeya se abrió a los influjos del Oriente helenizado, que penetraban a través del cercano puerto de Puteolum (Pozzuoli).
Desde ese momento, las viviendas tradicionales itálicas (con atrio cubierto y habitaciones agrupadas en torno a él) incorporaron, en el centro de un atrio descubierto, el impluvium (una pequeña fuente donde se recogían las aguas pluviales que se almacenaban en un aljibe subterráneo) y un jardín porticado en la parte trasera de la casa (peristylium, núcleo de la casa helenística, en lugar del atrio).
Asimismo, disponía de salas destinadas a la recepción de invitados (oecus), a las comidas (triclinium) y al descanso (diaeta). Al ser trasladado el comedor al área del peristilo, la cocina se colocó también en la parte posterior de la casa. El tablinum, la suntuosa sala en la que el dueño de la casa recibía a libertos y clientes, quedaba, por tanto, en mitad de la vivienda, entre el atrio y el peristilo. De este modo se convertía en centro de la sugerente perspectiva arquitectónica que se creaba desde la puerta de entrada.
Ventanas y lámparas
Como en la casa árabe, heredera de la casa romana en el norte de África, en las viviendas pompeyanas no se abrían ventanas a la calle, al menos hasta que en época de Augusto comenzaron a llegar a Italia –desde las minas hispanas de Segóbriga– los primeros cristales de lapis specularis, un tipo de yeso traslúcido. Las habitaciones recibían la luz y el aire de los amplios patios y jardines interiores.
Durante la noche, los pompeyanos usaban lámparas de aceite (lucernae) fabricadas con diversos materiales, sobre todo en barro y bronce, que colocaban en todos los rincones de la casa. En la de Lucrecio Frontón se han hallado varios ejemplares de lucernas, aunque no tantas como en la de Julio Polibio, donde han aparecido 70 lámparas de cerámica.
¿Casas sin muebles?
Pompeya no tenía acceso a materiales constructivos de calidad, ya que estaba asentada sobre un banco de lava. Para resolver esa limitación sin renunciar al lujo, las paredes se decoraban con las más refinadas pinturas al fresco, cuyos colores y motivos fueron evolucionando con el transcurrir de los años. Aunque la estructura de la casa de Lucrecio Frontón se remonta al siglo II a.C., sus pinturas fueron realizadas entre 35 y 45 d.C. y responden al final del Tercer Estilo pompeyano, que se caracteriza por el uso de colores unitarios, principalmente el rojo cinabrio, el amarillo y el negro.
Las paredes se dividen en paneles con escenas figuradas de tema mitológico y cuadros con paisajes en miniatura, separados por motivos decorativos como tirsos, guirnaldas, candelabros fantasiosos y tallos entrelazados, preludio del barroquismo propio del Cuarto Estilo.
A consecuencia de la destrucción provocada por el sísmo del año 62 d.C., muchos aristócratas abandonaron Pompeya y trasladaron a sus nuevas residencias los ajuares y enseres más preciados, lo que explica los escasos bienes muebles hallados en las excavaciones pompeyanas. Así sucede en la casa de Lucrecio Frontón, que justo antes del año 79 d.C. estaba probablemente deshabitada y en proceso de restauración.
Aparte de numerosas lucernas y cerámica de cocina, se halló en el atrio un magnífico cartibulum, una mesa en mármol con patas de león que los romanos solían colocar junto al impluvium del atrio, con vasos de cobre, de bronce y de plata, como signo de la riqueza de la familia. Hubo asimismo ladrones y saqueadores que volvieron a las casas poco después de la erupción para robar los objetos abandonados durante la huida de sus habitantes.
Un recuerdo de estas incursiones de cuniculari o buscadores de tesoros en la casa de Lucrecio Frontón es el agujero abierto en el lado sur de la pared del peristilo.
En las casas más antiguas de Pompeya, en los siglos IV y III a.C., se cocinaba en el atrio cubierto, sede del hogar, con braseros portátiles; se colocaban los platos sobre el cartibulum y se comía en el tablinum. Con las innovaciones que comportó la helenización de la arquitectura doméstica, el lugar de las comidas se trasladó al triclinio, situado junto al peristilo, y la cocina se instaló en sus inmediaciones.