Con los retratos de Miguel de Cervantes Saavedra y Sor Juana Inés de la Cruz custodiándolo, Eduardo Matos Moctezuma, investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), ingresó a sus 74 años como miembro de número en la Academia Mexicana de la Lengua, convirtiéndose así en el segundo arqueólogo (el primero fue Ignacio Bernal) en formar parte de esta institución con 140 años de tradición.
A petición expresa del maestro, la sesión solemne se llevó a cabo en el Museo Nacional de Antropología, refrendando de esta manera su pasión y vocación por el estudio del México antiguo, aquel que se ha dado a la tarea de divulgar en centenares de publicaciones entre libros y artículos, y otro tanto en ponencias que dicta alrededor del mundo.
El poeta Jaime Labastida y el escritor Gonzalo Celorio, director y secretario de la Academia Mexicana de la Lengua, don Adolfo Castañón y Miguel León-Portilla presidieron el ingreso del académico en las filas de esta institución. Un acto que también es motivo de orgullo para la comunidad del INAH.
Escritores como Hugo Gutiérrez Vega o Hernán Lara Zavala, pero también colegas y amigos con los que ha compartido andanzas en las excavaciones del Templo Mayor o en Tlatelolco, por mencionar algunos sitios, celebraron que el profesor fuera considerado para ocupar la silla 15 que dejara vacante el filólogo José Guadalupe Moreno de Alba (1940-2013), quien llegó a presidir la Academia Mexicana de la Lengua.
Matos Moctezuma se consideró honrado de ocupar ese puesto que también perteneció a personalidades como José María Vigil, Balbino Dávalos, Agustín Aragón y Daniel Huacuja. Acto seguido procedió a desentrañar, en su discurso sobre El decir de las piedras, los diversos significados de tres monumentos que concentran como pocos la cosmovisión y la historia del pueblo mexica: la Piedra del Sol, Coyolxauhqui y Tlaltecuhtli.
Un común denominador atraviesa a esa tríada de esculturas que representan el Sol, la Luna y la madre tierra: cada una porta antiguos pensamientos, “van más allá del tiempo de los hombres para irrumpir en el ámbito de los dioses. Desde esta perspectiva, son intemporales como los dioses mismos”, expresó.
En el caso de la Piedra del Sol, que desde su descubrimiento en la Plaza Mayor en 1790 ha fascinado y movido a la reflexión a estudiosos durante más de dos siglos, desde Antonio de León y Gama, Alexander von Humboldt, Alfredo Chavero, y en fechas más recientes hasta expertos como Felipe Solís y el propio Matos Moctezuma, revela en sus relieves la aprehensión del tiempo mítico mesoamericano.
“Hemos transitado a través del tiempo para encontrarnos frente a un monumento que es el tiempo mismo, el tiempo petrificado. El artista anónimo que la esculpió dejó grabada de manera prodigiosa toda la cosmovisión de un pueblo adorador del sol. Cuatro fueron las edades o soles por los que había pasado la humanidad antes de su creación definitiva”.
Esta acción de creación-destrucción, “esta concepción dialéctica de un universo que se expresaba a través de la dualidad y en constante cambio y transformación, quedó plasmada en la piedra con el surgimiento del Quinto Sol, el Sol del hombre nahua. Es ese Nahui Ollin que cobraba magnífica forma en esta piedra que, a poco más de 200 años de haber vuelto a surgir, aún se resiste a entregarnos todo su contenido ancestral”.
Por su parte, la escultura de la diosa lunar Coyolxauhqui, descubierta hace 37 años, refiere en su movimiento concéntrico no sólo un conocimiento avanzado de las fases del astro nocturno y su relación con el ciclo reproductivo de la mujer, sino la lucha cósmica entre ésta (la Luna) y el Sol, mito en el que subyace también un hecho: la escisión del pueblo mexica durante su peregrinaje a la Cuenca de México.
El mito-realidad era recreado en la Fiesta de Panquetzaliztli, cuando los cuerpos de los cautivos de guerra caían —desde lo alto del adoratorio del dios Huitzilopochtli— sobre la escultura para ser desmembrados. Mediante la reactualización del mito, acto que entrañaba una justificación teológica, los mexicas veían refrendado su destino como pueblo guerrero, conquistador.
Hace ocho años la trilogía pétrea se completó con el hallazgo de Tlaltecuhtli, una escultura de cuatro metros por lado, aproximadamente, que podría haber fungido como lápida mortuoria del tlatoani Ahuízotl, gobernante de México-Tenochtitlan entre 1486 y 1502. El monolito, el más grande dentro de la escultórica mexica, representa a una deidad que era, al mismo tiempo, la devoradora de los hombres y su paridora, pues los expulsaba hacia su destino respectivo, fuera el Sol, el Mictlan o el Tlalocan.
En su respuesta al discurso de Eduardo Matos Moctezuma, el decano de la Academia Mexicana de la Lengua, el doctor Miguel León-Portilla, comentó que el ingreso del arqueólogo le permite a esta institución mantener su diversidad. Connotados escritores, filósofos, poetas, pero también científicos y músicos, entre otros profesionales, abren las posibilidades de comunicación dentro de la institución.
Destacó facetas poco conocidas de Eduardo Matos, escritor de poemas como aquellos que compiló bajo el título de Erectario; admirador y seguidor de los pasos de Rainer María Rilke (ha visitado los lugares donde estuvo el poeta checo). Sin embargo, es en su labor de divulgador donde adquiere una dimensión mayor.
De Muerte a filo de obsidiana a la Escultura monumental mexica, o Arqueología del México antiguo, Eduardo Matos Moctezuma sigue legando (en solitario o en colectivo) una rica bibliografía en la que demuestra su inagotable capacidad para hacer hablar a esas piedras que, se creía, habían enmudecido tras la Conquista.