Ángel García Cook es un arqueólogo de campo. Sus pasos recorren incansables las calles y avenidas de piedra que serpean en la antigua ciudad prehispánica de Cantona, Puebla, al pie de una loma. La fuerte lluvia no lo afecta, le basta para protegerse del agua su perenne sombrero roto y una chamarra café comprada en 1993, cuando comenzaba a dirigir el Proyecto Especial de Arqueología en Cantona. Hombre sencillo y meticuloso, jamás cambiaría el descubrimiento de los granos de maíz más antiguos de América por el de un monolito prehispánico.
La sonrisa de Ángel García Cook se hace más grande cuando recuerda el día que practicó por primera vez el salto del tigre aprendido a los 18 años durante el servicio militar. Nunca fue bueno para los deportes pero el 12 de septiembre de 1999, mientras recorría el lomerío donde se asienta Cantona resbaló y el salto le salió automático. El resultado: fractura en la mano izquierda. Al ver bajo la piel del índice las falanges de su dedo torcidas, él solo las regresó a su lugar, se vendó y siguió trabajando. También se había roto tres costillas.
Hace poco más de 12 meses aún se arrodillaba a excavar para recuperar antiguos vestigios. Ahora, a sus 78 años de edad (1937) el paso del tiempo comienza a traicionarlo: su cuerpo no responde como antes y cuando sube el lomerío donde está Cantona no sabe si le falta más aire, o fuerza a sus piernas. Para un arqueólogo sentir que la edad acaba con la buena condición física es motivo de angustia y momento de replantear el trabajo.
Ángel García Cook está en ese proceso pero se adapta y sigue en campo. En 2015 cumple 55 años como arqueólogo; en octubre recibió el Pectoral de Juego de Pelota que otorga el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) por su valiosa labor que ya rebasa el medio siglo. Su ingreso al INAH fue el 1 de julio de 1960. Es profesor emérito desde 2012. Aunque ya no excava y su andar se ha hecho lento, él mismo supervisa las labores en Cantona, donde sigue siendo director del proyecto de investigación.
Cantona es una importante ciudad prehispánica localizada en Puebla, a unos kilómetros de Veracruz. Su elaborada planificación en una gran red de vías de comunicación: calzadas, muros-calzadas, pasillos y calles perfectamente trazadas la hace la ciudad más urbanizada que se conozca hasta la fecha para el México prehispánico. Es el sitio con más cantidad de juegos de pelota: 27 descubiertos hasta el momento. Su exploración inició en 1993 dentro de los Proyectos Especiales de Arqueología.
Esa ciudad ha sido uno de los proyectos importantes que lleva a cabo Ángel García Cook, le ha dedicado los últimos 22 años de su vida y apenas tiene explorado el 1.7%. Sin embargo, a él ahí ya no le falta descubrir nada, es para las nuevas generaciones, dice. En cambio piensa en una cueva de Oaxaca, ubicada en los límites con Puebla. La visitó una vez en 1961 con Richard S. MacNeish, el eminente arqueólogo neoyorkino (1918-2001) que descubrió el origen del maíz.
Si Ángel García Cook pudiera excavar en esa cueva de Oaxaca buscaría más vestigios arqueológicos que permitan constatar cómo el hombre provocó la evolución de una planta silvestre: el teocintle, hibridizándolo con otras plantas hasta lograr el grano que alimentaría a los pueblos de Mesoamérica, como lo hizo hace 55 años en el Valle de Tehuacán, Puebla.
Siendo todavía estudiante en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) fue invitado por su profesor José Luis Lorenzo, uno de los impulsores del estudio de Prehistoria en México, a participar en una importante exploración al lado del doctor MacNeish, quien emprendería la búsqueda de los orígenes de la domesticación de las plantas en Mesoamérica dentro de varias cuevas del Valle de Tehuacán.
En las cavidades de Coxcatlán, San Marcos y Purrón, el equipo de MacNeish descubrió los vestigios de maíz más antiguos hallados a la fecha. Recuperaron más de 25,000 restos de 12 diferentes razas, algunas originadas hace 7,000 años. Esos restos proporcionaron las pruebas necesarias para aclarar el origen y evolución de la planta americana, ya que en aquel momento se hablaba de un origen asiático.
También encontraron información de la domesticación y cultivo de frijol, calabaza, chile, amaranto y agave: un universo biológico que da cuenta de la mano del hombre en interacción con la naturaleza para producir sus primeros sustentos agrícolas.
“Entonces yo tenía 22 años y pensaba que era común hallar ese tipo de manifestaciones culturales en restos orgánicos. Cincuenta años después lo reflexiono y dimensiono la importancia. Encontrar vestigios arqueológicos orgánicos no ocurre con frecuencia y ahí fueron miles”, dice García Cook para quien aquella primera experiencia en campo significó el inicio de una próspera carrera en la arqueología.
Desde niño y hasta su juventud soñaba con ser ingeniero para construir carreteras. Mientras estudiaba los primeros semestres en la Facultad de Ingeniería de la UNAM, un amigo lo llevó a Moneda 13, al antiguo edificio donde estaba la ENAH. El director de la escuela, Felipe Montemayor, vio a los jóvenes preguntando por la carrera de arqueología y prácticamente los forzó a quedarse pagándoles a cada uno los 20 pesos de inscripción. Así fue como Ángel García descubrió, por accidente, su verdadera vocación.
Durante tres años estudió ambas carreras, luego tuvo un problema de salud y el tiempo de recuperación le sirvió para reflexionar porque hasta la fecha no ha vuelto a la ingeniería, dice bromeando.
Nació en Teotitlán del Camino, Oaxaca, donde vivió hasta los 10 años gozando del campo. En 1948 su familia emigró a la Ciudad de México, a un departamento de vecindad de cuatro por cuatro metros. Ahí vivían 7 personas. Ángel García no contaba con equipo de ingeniero, dibujaba en el piso de madera astillada.
“Los rompe usted o se los rompo yo”, le decían sus profesores de ingeniería cuando entregaba planos para ser calificados.
“Pensándolo bien era difícil que me hiciera ingeniero”, comenta el arqueólogo. Pero en la ENAH le fue diferente. Tuvo a los mejores maestros de la época, entre ellos José Luis Lorenzo, quien lo orientó en sus primeros trabajos de campo, lo formó en la disciplina y el rigor para explorar. Lo envió a estudiar cursos de prehistoria y geología a la Facultad de Ciencias de Bordeaux, con François Bordes (1919-1981), el prehistoriador del Paleolítico más importante de Francia.
De Bordes, Ángel García Cook aprendió geología y analizar lítica; de MacNeish, la intuición y visión de campo. Afirma que él es resultado de los tres: Lorenzo, Bordes y MacNeish.
Ángel García Cook ha participado en múltiples proyectos de investigación. Asimismo, con Mac.Neish realizó tres temporadas de campo en los Andes Centrales, en Perú, en un proyecto semejante al de Tehuacán: buscando el origen y domesticación de las plantas, además de los camélidos, llamas y alpacas.
Es pilar en la creación de los métodos y técnicas para el salvamento arqueológico, muchos derivados de la construcción de presas y gaseoductos en la región de Puebla-Tlaxcala y la Huasteca. Esta tarea la aprendió también de José Luis Lorenzo. Actualmente, dice García Cook, la mayor parte de investigación arqueológica es de salvamento.
En las áreas administrativas rechazó ser director del Museo Nacional de Antropología, porque lo consideró un puesto de relaciones públicas y eso a él no se le da. En cambio aceptó ser jefe de la sección de Arqueología del antiguo Departamento de Prehistoria (1967-1972). Es creador y fue jefe del Departamento de Salvamento Arqueológico (1978-1980), hoy dirección; miembro del Consejo de Arqueología y su presidente de 1979 a 1981.
Asimismo, como jefe del Departamento de Monumentos Prehispánicos (1980) impulsó su transformación a dirección. Fue director de Monumentos Prehispánicos (1980-1983), director de Arqueología (1989-1992), hoy Coordinación Nacional de Arqueología.
Desde 1965 es profesor de la ENAH. Para Ángel García Cook es importante que los arqueólogos experimentados sigan formando a las nuevas generaciones porque sólo ellos pueden transmitir experiencia, sobre todo en las relaciones sociales. Hay que aprender a tratar personas de diversas culturas y respetar sus costumbres porque en campo pasa de todo.
En 2014, la Universidad Popular Autónoma de Puebla creó la Cátedra Ángel García Cook en reconocimiento a su trayectoria. Ese año, el arqueólogo también recibió la Medalla UNESCO.
El pasado octubre, la directora general del INAH, Teresa Franco, leyó la semblanza y él sintió enorme satisfacción, porque una persona que ha dedicado su vida a la arqueología es considerada importante.