La personalidad de lo que sería la música mexicana de concierto se forjó durante el periodo decimonónico. El amplio desarrollo de la melodía fue una de las características fundamentales en las composiciones de esa época, algunas de las cuales forman parte del fonograma Un suspiro al trovador. Música mexicana del siglo XIX del Archivo musical del Castillo de Chapultepec, cuya edición integra la serie Testimonio Musical de México.
Editado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el volumen 63 de la colección presenta trece obras, entre canciones, piezas para piano solo, marchas y dos himnos, que dan cuenta de la rica herencia sonora que los músicos de ese periodo legaron.
Publicada por la Coordinación Nacional de Difusión del INAH, la obra la coordinó el pianista e investigador Juan Ramón Sandoval, quien afirmó que en esa centuria la música mexicana de concierto fue influida por la música vienesa e italiana (de las arias de ópera principalmente), y se aderezó con ritmos propios del México independiente, como los sones de la tierra, creando estilos eclécticos.
“Rescatamos autores poco conocidos, cuyas piezas reflejan diferentes momentos del proceso histórico de consolidación del país, a través de las asimilaciones y transformación de la música europea que llegó”. El material seleccionado corresponde a obras de compositores mexicanos identificados del siglo XIX, ya que en la colección del museo hay obra de autores anónimos y europeos.
En los archivos del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, existe un lote importante de partituras de la autoría de grandes autores nacionales. La colección está integrada por 140 obras musicales, que se reguardan con gran celo por constituir uno de los tesoros musicales de mucho aprecio en el país. Una de las joyas en este rubro es la partitura del Himno Nacional Mexicano, de la autoría de Francisco González Bocanegra y música de Jaime Nunó.
Entre las composiciones, que por primera vez han sido grabadas, figuran de Jesús Valadés, compositor del que se tienen pocas referencias y cuyas obras cuentan con reminiscencias del bel canto italiano, aunque el desarrollo melódico que se plantea en cada una de ellas remite a un cierto “color” o “sabor” que estará presente en la canción mexicana de finales del siglo XIX y principios del XX.
De este autor se presentan las canciones El suspiro de amor, El corazón y Un suspiro al trovador, y el himno Al genio de la guerra; Gran himno patriótico dedicado al Exmo. Sr. General Presidente D. Miguel Miramón, loa compuesta para el político y militar que participó en la Batalla del Castillo de Chapultepec, en 1847. “El himno refleja la posible tendencia política del autor; la letra, que posiblemente también la haya escrito Valadés, enaltece la figura de Miramón”.
La grabación incluye las cuadrillas (danzas) de Antonio Valle con el tema Los zuavos, que remite a la Intervención francesa y a los soldados del cuerpo de infantería galo en Argelia, obra que es un ejemplo de la influencia de los acontecimientos históricos en la creación de una pieza musical.
Está integrada por cinco danzas, se caracteriza por su música sencilla y un movimiento lírico-melódico que tiene cierta sonoridad italiana; esta composición tenía una función social recreativa y de galanteo, que en este caso se tomaba como un elemento de mofa hacia los invasores europeos.
Del reconocido compositor Melesio Morales se grabó la contradanza La crinolina, baile de figuras (para parejas que realizan movimientos suaves y refinados) con origen en la country dance inglesa de los siglos XVI y XVII, la cual llegó a la Nueva España a finales del XVIII.
Abundio Martínez, ícono de la música popular del Porfiriato, participa con In memoriam. Himno fúnebre, dedicado a Francisco I. Madero, con letra de José G. Rangel Mayorga. La música de esta partitura refleja un carácter contrastante entre el coro (lánguido y contemplativo) y las estrofas, que tienen un aire más festivo, muy recurrente en las composiciones militares en el siglo XIX en México.
Prolífico en piezas de música popular (más de 200), Abundio Martínez compuso por única ocasión un himno a un personaje histórico de la Decena Trágica (febrero de 1913). “Tenía empatía con las ideas liberales de Madero, incluso con las esotéricas; los títulos de algunas de sus obras, como Ecos de otros mundos, lo reflejan de alguna manera”.
El vals Recuerdos y lágrimas, de Miguel Alvarado Ávila (cuyas obras fueron escritas básicamente para banda), sintetiza la frescura y espontaneidad sonora de Juventino Rosas, con el lirismo y la pasión de Felipe Villanueva; “eso lo coloca como uno de los mayores representantes del romanticismo musical en México hacia finales del siglo XIX”.
Mención aparte merece el trabajo hecho por artistas para ilustrar las portadas de las partituras, como el realizado por el litografista y grabador Hesiquio Iriarte.
“El México finisecular y de principios del siglo XX podría considerarse único en la historia de la música en el país, ya que la escena musical se consolidó con la publicación de partituras a mayor escala para su venta al público letrado, la importación de gran número de pianos, el enorme prestigio que gozó la música de salón y teatro, entre otros sucesos”.
El proyecto encabezado por Juan Ramón Sandoval contó con la colaboración de Susana García Linares, cantante e investigadora, y de Amparo Gómez, investigadora del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, quien donó obra al recinto museístico y aportó la visión histórica de los textos que acompañan a la grabación.
La interpretación musical estuvo a cargo del tenor Luis Alberto Sánchez, del Ensamble Vocal Ehecatl, integrado por la soprano Norma Gutiérrez, la mezzosoprano Itia Domínguez, el tenor Roberto Huitrón y el bajo Jorge Gutiérrez, con la dirección musical de Juan Ramón Sandoval.
El fonograma 63 de la colección Testimonio Musical de México puede adquirirse en las tiendas de los museos del INAH y en las librerías Educal.