Hace una década, el 2 de octubre se convirtió de nuevo en una fecha para recordar, pero por una causa afortunada. De los restos del antiguo centro ceremonial de México-Tenochtitlan volvía a surgir una diosa; en 1978 despertó Coyolxauhqui, 28 años después resurgiría Tlaltecuhtli, una deidad que “a todo color” y en su iconografía, hace referencia al ciclo vida-muerte, a la tierra como devoradora de cadáveres.
Tras más de 500 años sepultada, un equipo de especialistas del Programa de Arqueología Urbana del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) descubrió la colosal escultura mexica de 4.17 x 3.62 metros, aproximadamente 40 centímetros de espesor y cerca de 12 toneladas, en la intersección de las calles República de Argentina y Guatemala, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
En los años subsecuentes, el Proyecto Templo Mayor, liderado por el arqueólogo Leonardo López Luján, ha registrado múltiples descubrimientos asociados a la representación de la deidad tenochca: 45 ofrendas en las que estaban distribuidos alrededor de 70 mil objetos, por ejemplo, en la número 141 se contabilizó un aproximado de 16 mil, en los que conchas y caracoles son el grueso. En oblaciones como ésta también abundaban los restos de lobos, pumas y linces.
Una década con Tlaltecuhtli no podía pasar desapercibida para el Museo del Templo Mayor (MTM), donde el monolito ocupa un lugar central, aunque cabe mencionar que existen más de 40 representaciones de esta deidad expuestas en su mayoría en dicho recinto y en el Museo Nacional de Antropología. Es por ello que el MTM invita a recordar el descubrimiento de la escultura mexica más grande encontrada hasta ahora, en el lugar mismo donde se suscitó.
El punto de encuentro para este recorrido, en el que además se abordarán otros hallazgos recientes en el Recinto Ceremonial de Tenochtitlan, como fue la ubicación de los vestigios de la escuela para nobles o Calmécac, será el vestíbulo del Museo del Templo Mayor, todos los sábados de octubre, a las 12:00 horas. La actividad es gratuita (presentando el boleto de acceso al museo).
Asimismo, en el sótano del edificio (ubicado en Guatemala 22) se realiza una recreación de las estructuras prehispánicas colindantes, utilizando imágenes fotográficas, audio y video. Para mayores informes sobre este recorrido comunicarse al teléfono 4040 5600, ext. 412934.
Para los mayores de 12 años, el MTM impartirá este domingo 2 de octubre un taller en punto de las 10:30 horas, para que se lleven a casa una impresión de Tlaltecuhtli, aplicando la técnica del stencil. La actividad no tiene costo, sólo se sugiere llevar ropa que pueda mancharse.
Otro taller está pensado para que toda la familia descubra los elementos más destacados del faldellín de la diosa mexica, para producir un brazalete con la técnica del repujado. Esto será los sábados 8 y 15 de octubre, a las 11:00 horas, también de manera gratuita.
El mito detrás de Tlaltecuhtli
Tlaltecuhtli era un monstruo con articulaciones llenas de ojos y bocas con las cuales mordía como bestia salvaje. Para aplacarla y crear la vida, dos de los hijos de la pareja creadora: los dioses Quetzalcóatl (Serpiente emplumada) y Tezcatlipoca (Espejo humeante), se transformaron a sí mismos en dos grandes serpientes, explica la doctora Diana Magaloni Kerpel, ex directora del Museo Nacional de Antropología del INAH.
En su ensayo El origen mítico de las ciudades: la iconografía de la creación, Magaloni narra que ambos desgarraron al gran lagarto Tlaltecuhtli por la mitad. “Una parte sirvió para formar el firmamento, la otra para hacer la tierra. Posteriormente los dioses hicieron con las partes de su cuerpo todas las cosas de vida: su pelo se convirtió en árboles, flores y hierbas; su piel, en los prados; sus incontables ojos, en pozos de agua; sus bocas, en grandes ríos y profundas cuevas; y sus narices en montañas”.
El mito —continúa la historiadora del arte— describe que a la diosa de la tierra se le oía llorar en las noches porque sufría enormemente, rogando ser alimentada con corazones y sangre humanos, la única medicina que aliviaba su dolor. Fue así como el desmembramiento de Tlaltecuhtli produjo “no sólo un orden en el universo, separando la tierra del cielo, sino que el precio de tal ruptura fue que Tlaltecuhtli, como la primera víctima de la creación, exigió que otras víctimas la alimentaran.
“Tlaltecuhtli a través de su muerte y resurrección, se convierte así en el símbolo de la renovación constante mediante el sacrificio”. Es por ello que este mito enarbola varios conceptos fundamentales de las ciudades mesoamericanas, refiere en su texto, de manera que “la diosa de la tierra que sostiene la creación a través de su propio sacrificio, explica el devenir del cosmos y del tiempo ya que es el principio que promueve las múltiples creaciones del mundo”.