En 2006, una tormenta de nieve pilló a un grupo de cuatro exploradores desprevenidos en medio de la Antártida. Durante cuatro días, Patrick Woodhead, responsable del hotel, y el resto del equipo se vieron obligados a permanecer en el interior de una tienda de campaña. Los largos días de espera, hasta que el temporal amainase, se vieron recompensados con el hecho de tener frente a ellos semejante paisaje repleto de diferentes tonalidades de blanco.
Ese fue el origen de White Desert, la necesidad de compartirlo con otros viajeros que, aunque tienen la posibilidad de recorrer la costa de la Antártida en grandes barcos, hasta el momento pocos podían aventurarse a descubrir lo más profundo del continente. Aquella pequeña tienda sería la semilla de un hotel de lujo con todo tipo de comodidades.
Compuesto por seis pequeños iglús fabricados con fibra de vidrio, el White Desert es el único hotel que permite disfrutar de la inmensidad de la Antártida. Sus interiores, con pequeños espacios con un estilo victoriano recordando a los grandes exploradores de antaño, están acondicionados para hacer una estancia confortable.
Dentro de las cúpulas se encuentran habitaciones con baño privado, comedor, biblioteca y hasta un salón. En total, la capacidad es de 12 personas, pues se ha tenido muy en cuenta la necesidad de preservar el entorno y causar el menor impacto ecológico posible ante la llegada de los turistas.