Alicia en el País de la Multimedia: El músico y artista japonés Takagi Masakatsu, presenta el arte como un simple pero sofisticado masaje polisensorial.
Si tuviéramos que nombrar a un representante del renacentismo digital que encarne cabalmente la versatilidad propia de la vertiginosa actualidad, y que lo haga a través de una creatividad artística encausada por medio de herramientas tecnológicas, esa persona bien podría ser Takagi Masakatsu. A pesar de su juventud, este artista japonés se desplaza con maestría y agilidad entre distintas disciplinas creativas: música (tanto análogo como electrónica), videoarte, fotografía, y una forma de pintura en computadora que bien podríamos calificar como acuarelas digitales.
Takagi nació en 1979, en Kyoto, Japón, misma ciudad donde realizó sus estudios y donde actualmente reside. A sus 31 años lleva ya más de una década entablando uno de los discursos multimedia más estéticos del planeta, lo cual lo ha llevado a colaborar con gente de la talla del gran músico David Sylvian, o ser reconocido a los 25 años por la prestigiada revista de arte digital, Res, como uno de los artistas emergentes que mayor influencia tendrán sobre el futuro inmediato del videoarte, la música, el diseño, y el media art.
El arte de Takagi básicamente ronda entre los límites (o mejor dicho los anti-límites) de un cuento que tal vez alguien escriba, o interprete, llamado “Alicia en el País de la Multimedia” y los de una refinada orgía de colores, patrones, ritmos, en donde geishas ataviadas de neón sirven, con una mano, te de pistilos de loto azul digitalizado, mientras con la otra tocan al piano risueñas melodías. Y más allá de la belleza que caracteriza a cada una de sus piezas, lo que resulta increíble es la capacidad de fusionarlas armónicamente: secuencias animadas que ilustran aposteósicamente la música que emerge se su computadora. pero más allá de las descripciones y divagues bienintencionados que pueda compartirles sobre la obra de Takagi, sin duda lo más apropiado será dejar de escribir e invitarte a que le regales unos minutos a su trabajo, y probablemente no te arrepientas de hacerlo.