Artesanas tejen y convierten el ixtle en obras de arte

IXMIQUILPAN .- Atrás quedaron los sueños de ser estilistas o enfermeras; sus manos no cortarán el pelo, ni curarán heridas. Ahora tejen y convierten el ixtle en obras de arte. Son mujeres del Valle del Mezquital que han logrado encontrar en la tierra inhóspita y desértica de sus comunidades una forma de vida más digna.

Las mujeres constituyen una parte importante de la economía de esa región del noroeste del estado, considerada durante años como la más pobre de Hidalgo. Es una zona habitada por indígenas hñahñu y que en algún tiempo registró un éxodo masivo que incluyó a menores de 12 años de edad.

Según el ex diputado federal priísta Edmundo Ramírez Martínez, en el Valle del Mezquital las madres son cabeza en 80% de las familias.

Sin embargo, en los pueblos del Valle del Mezquital, donde prevalecen los grupos indígenas, apenas dos o tres mujeres tienen una profesión, 10% del total terminó la primaria y 5% la secundaria, y según un diagnostico de la Red por los Derechos Sexuales y Reproductivos (Ddeser), 14 de cada 100 no sabe leer ni escribir, sobre todo entre los considerados “adultos mayores”.
Falta de oportunidades

Griselda Arroyo, dirigente de Ddeser en el Valle del Mezquital, indica que la falta de estudios afecta significativamente al sector femenino y les resta oportunidades, debido a que 72% de las personas que no sabe leer ni escribir son mujeres y 28% hombres.

Aunque en la práctica eso no es un impedimento para muchas de ellas. En Taxadho y Mothe, como en otras muchas comunidades, las mujeres se han organizado y en sus raíces y en su pasado han encontrado el futuro a través de las artesanías. Del maguey y del carrizo han sacado no sólo los instrumentos para trabajar, sino la materia prima.

Catalina Banco Tepetate representa a un grupo de esas artesanas. Con 33 años de edad, ocho de ellos dedicados a la artesanía del ixtle, dice que tejer este producto ha sido una actividad ancestral. “Aquí antes no había nada, ni empleos, ni oportunidades, pero nuestros abuelos lograron sacar los hilos del maguey, que es lo que se conoce como ixtle”.

Para las artesanas algunas cosas no han cambiado, como el manejo del horcón, un carrizo acondicionado para tejer el ixtle y
utilizado por siglos en las comunidades de la región. “Antes lo que sí hacíamos era sacar el hilo, se cortaban las pencas y se iba hilando el ixtle, para después lavarlo y pintarlo. Ahora lo compramos: un rollo nos cuesta 60 pesos y de ahí obtenemos entre 10 y 15 piezas pequeñas como aretes o diademas”, explica Catalina.

El trabajo no es fácil e involucra a los menores de la casa. Trabajar en las artesanías ocupa jornadas de hasta 12 horas diarias; de acuerdo a la pieza que se elabore es el tiempo que se invierte. “Hacer cosas grandes como un mantel o un vestido de novia nos lleva entre tres y cinco meses”, considera otra de las artesas, Juana Bruno.

Problemas para comercializar

Un problema grave que afecta a estas mujeres son los intermediarios, “empresarios” que llegan a comprar piezas a un costo mínimo. “Aquí los revendedores pagan a 10 pesos una pieza que tiene un valor de 60 pesos; nos vemos obligadas a vender porque no tenemos mercado”, afirma Juana.

El ixtle ya hilado se convierte en ropa, zapatos, manteles o accesorios, productos que, aseguran las artesanas, tienen calidad de exportación, pero sólo en algunos casos se ha logrado esa meta ya que la mayoría de los productos se comercializan en ferias, exposiciones o con los intermediarios. “Lo vendemos a un precio que no es el adecuado a nuestro trabajo, porque si lo ofrecemos al precio justo, no nos lo compran”, se quejan.

Un mantel en el que se invierten tres meses de trabajo en su acabado y se ofrece en mil 500 pesos, luego de medio año de estar a la venta no ha sido adquirido, lamenta Catalina. “El dinero es poco, trabajamos y vemos la ganancia a la semana, a la quincena o al mes. En muchos casos se trabajan dos o tres meses seguidos y el dinero llega tiempo después, cuando sale alguna feria”.

Ser artesana en el Valle del Mezquital es una necesidad para las madres de la región que son el pilar de la familia, pero también es una vacuna contra la migración. “Nosotros lo que buscamos es tener dinero para apoyar en nuestras casas y que los hijos no salgan a Estados Unidos. En cada comunidad todos tenemos algún familiar en el otro lado”.

La meta es que sus hijos no dejen sus comunidades y saben que revertir la pobreza no es tarea fácil, pero se niegan a renunciar a su lucha. “Lo que nosotros queremos es que nuestros hijos sean lo que nosotros no pudimos, que estudien y se queden en su tierra”, señala una artesana.

Empresarias

Catalina y otras 31 compañeras formaron una cooperativa y trabajan para crear una empresa cuya razón social sería Ixtlemania. El registro de la marca con su código de barras, junto con la construcción de una Casa de las Artesanías en su región, son proyectos de estas mujeres que, en definitiva, renunciaron a sus sueños de ser cultoras de belleza, enfermeras o secretarias. “Todas queríamos estudiar, pero no se pudo, no había dinero”, dijeron.

Catalina quería ser enfermera, Juana estilista, Luisa Daniel siempre pensó en estudiar administración de empresas, pero a otras la pobreza no les alcanzó ni para soñar, como sucedió con Germana Daniel y Francisca Bernal, quienes admitieron que nunca se propusieron estudiar porque primero tenían que comer.

El grupo sueña que un día sus artículos podrían competir en el mercado internacional, pues de ellos depende no sólo su futuro, sino el de sus hijos.

Agencia El Universal