Suaves colinas, campos de viñas y de girasoles, ríos cristalinos y pequeñas villas al pie de solemnes fortalezas dibujan el paisaje del Aude, el departamento francés que se extiende por la cara norte de los Pirineos. La zona toma su nombre del río Aude que la atraviesa. Sus aguas y afluentes han hecho de este lugar una tierra fértil y, como tal, habitada desde la prehistoria, aunque fue su esplendor medieval lo que la dejó sembrada de castillos y abadías. Erigidos la mayoría entre los siglos XI y XIV, son el eje principal de este viaje que toma como punto de partida Carcasona, la capital departamental.
La Cité o villa amurallada de Carcasona es uno de los mayores atractivos del recorrido. Ubicada a las afueras de la ciudad moderna, su aspecto se debe a la reconstrucción que llevó a cabo el arquitecto Viollet-le Duc (1814-1879), del que este año se conmemora el bicentenario de su nacimiento con varias exposiciones en la ciudad.
La Puerta de Narbona es el principal acceso a la Cité de Carcasona. Tras ella se despliegan encantadoras callejuelas que reproducen fielmente la fisonomía que tenía la ciudadela en la Edad Media. Casi todas ascienden hasta la catedral gótica de St-Nazaire y el castillo Comtal (siglo XII). No se puede abandonar la ciudad sin antes disfrutar de las vistas que ofrece el Paseo de las Lizas, el sendero que discurre entre el anillo doble de murallas y cuya longitud es de tres kilómetros.
El Aude, además de ser una zona bendecida por la naturaleza y de considerable patrimonio, es una muestra de la joie de vivre, ese arte del buen vivir en el que Francia ha sentado cátedra. Ejemplo de ello es la siguiente etapa, Castelnaudary (41 km al oeste), otro puerto destacado del Canal du Midi y, junto a Carcasona y Toulouse, una de las patrias del cassoulet, el guiso estrella de la gastronomía regional.
La Montaña Negra
Desde Castelnaudary se continúa hacia el macizo de la la Montaña Negra, que se extiende a las puertas del Parque Regional del Haut-Languedoc. En una de sus laderas se alza desafiante el pueblo de Saissac y su joya más preciada, el castillo cátaro (siglo X). No hay que olvidar que el Aude también es conocido como el País de los Cátaros por los castillos que erigieron los seguidores de esta doctrina medieval.
Cerca de Saissac se hallan dos pilares fundamentales del viaje: las abadías de Saint-Papoul y de Villelongue, distantes entre sí 30 kilómetros.
Ambas rivalizan por su valor patrimonial y por el encanto del paisaje que las rodea. Saint-Papoul, edificada en el siglo XIV, reúne en la cabecera semicircular de su iglesia nada menos que 8 capiteles y 28 modillones realizados por el maestro Cabestany, un escultor del siglo XII del que se desconoce su identidad real, pero no su obra, vertida en ambos lados de los Pirineos.
Villelongue conserva también un magnífico repertorio escultórico. La abadía combina el romántico de sus ruinas y un jardín de aire medieval que es un auténtico edén para los sentidos; en verano, el templo y su claustro sirven de escenario a conciertos de música de cámara. Desde ahí, regresando de nuevo hacia Carcasona, vale la pena detenerse en Montolieu, una villa encantadora que destaca por sus abundantes librerías de viejo y talleres de artesanos.
Una carretera entre bosques y valles cultivados enlaza Carcasona y Caunes-Minervois, a 21 kilómetros. La abadía que le da nombre fue erigida en el siglo XIII con piedra de la cercana cantera del mármol rosado que domina en la población. Testigo del primer románico, es la única de la zona que posee dos niveles de claustro.
Rivaliza en belleza con la abadía de Sainte Marie d’Orbieu, a cuya sombra nació Lagrasse, incluido en la lista de «los más bellos pueblos de Francia» gracias a su coqueto casco histórico