Para los ambientalistas más apasionados una especie animal introducida es sinónimo casi del mismo demonio. Y no podríamos culparlos, si se consideran casos locales como el del castor, que ha modificado dramáticamente el paisaje austral con sus represas, o el visón, que ha diezmado la población de aves nativas en la zona sur.
Pero en un escenario donde surgen cada vez más problemas ambientales que ponen en juego, no a un conjunto de especies, sino a regiones completas, aparecen voces que sugieren dejar de lado la dicotomía entre especies foráneas malas contra nativas buenas.
Sugieren buscar un enfoque más dinámico y pragmático que apunte a la conservación y manejo de las especies, en el marco de un escenario natural que cambia rápidamente.
Así lo plantea en la prestigiosa revista Nature un grupo de 19 biólogos estadounidenses, encabezados por Mark Davis, del Macallester College de Minessota.
Los científicos admiten que ciertamente algunas especies introducidas han conducido a la extinción y han deteriorado servicios ecológicos relevantes, como el agua potable o los bosques. Pero afirman que muchos de los clamores que hacen que la gente vea a las especies foráneas como una amenaza apocalíptica para la fauna local, carecen de base, salvo en entornos muy restringidos como lagos e islas.
«No estamos sugiriendo que los conservacionistas abandonen sus esfuerzos por mitigar los problemas causados por algunas especies o que los gobiernos cesen de impedir el ingreso a sus territorios de especies potencialmente dañinas», enfatizan.
No obstante, recomiendan a expertos y administradores territoriales fijarse mejor si las especies en conflicto están produciendo beneficios o daños a la biodiversidad, la salud humana, los servicios ecológicos o la economía.
Bastante interesante, pero controversial, consideró Gonzalo Medina, director del doctorado en Medicina de la conservación de la U. Andrés Bello, la publicación de Nature.
Reconoce que, efectivamente, muchas especies introducidas, a la larga, no prosperan y que, incluso, terminan formando parte de la dieta de los animales locales -como el conejo y la codorniz californiana-, por lo que resultaría ahora un contrasentido pensar en su erradicación. Distinto es el caso del castor y el visón.
Sin embargo, cree que más que borrarlos por completo del mapa, lo que resulta muy difícil, «hay que pensar en otras estrategias para reducir su población o hacerles la vida más difícil».
Es así como se puede evitar que deprede ciertas especies, introduciendo otras nativas que compitan con ellos (como podría ocurrir con el huillín), o concentrar la erradicación en áreas más frágiles, como las islas.
Artículo en Nature
Agencia El Universal