Bioluminiscencia…la capacidad de seres vivos de producir luz

Una de las principales fuentes de luz del planeta son los seres vivos.

Por Olivia Judson, marzo de 2015

Son las diez de la mañana y estoy en el cuarto oscuro del Western Flyer, un buque científico del Instituto de Investigación del Acuario de la Bahía de Monterey. El cuar­­­­to es diminuto, las luces están apagadas, el ambiente es caluroso y sofocante, y –como estamos en el mar, a unos 80 kilómetros de la costa de California– el suelo se balancea. Estoy mareada, pero no me importa. Sobre una mesa, en una bandeja pequeña, hay una criatura marina recién capturada, un ctenóforo.

Mide unos cinco centímetros de largo y parece una campana gelatinosa y transparente. Y al menor contacto, emite luz.
¡Atención! Steven Haddock, autoridad mundial en formas de vida luminiscentes, le está acercando una varilla de vidrio. Todos nos apiñamos aún más para ver mejor. Por un momento, una imagen espectral del ctenóforo aparece sobre la bandeja, una imagen hecha de luz azula­da que se contorsiona y desaparece poco a poco, como si el propio animal se hubiera disuelto.

Es maravilloso, etéreo y, en cierto modo, un misterio, porque este ctenóforo en concreto vive a gran profundidad. Pocos humanos lo han visto y muchos menos han admirado su luz.

La capacidad de producir luz, llamada bio­luminiscencia, es corriente y a la vez mágica. Mágica por su belleza reluciente y cautivadora. Corriente porque muchos seres vivos la tienen. En tierra los ejemplos más conocidos son las luciérnagas, que brillan para atraer a sus parejas en las calurosas noches de verano. Pero hay otros habitantes de tierra firme que emiten luz, entre ellos ciertas larvas de coleópteros, un caracol, varios milpiés y algunas setas.