La capital de la región italiana de Emilia-Romagna se halla en plena llanura Padana, dentro de un triángulo imaginario que formarían Milán, Venecia y Florencia. Pero Bolonia, lejos de acomplejarse por la monumentalidad y el cosmopolitismo de estas ciudades, hace del sentido del humor y de la tranquilidad dos de sus atractivos.
El tercero es la gastronomía, más popular aún desde que los boloñeses inventaron el movimiento Slow Food, que recomienda disfrutar de la comida sin prisas, seleccionar productos de proximidad y cocinarlos a fuego lento. Como añadido, es una de las ciudades históricas mejor conservadas de Italia y dueña de uno de los cascos antiguos medievales más grandes de Europa. Todo junto hace que Bolonia se halle entre las mejores ciudades italianas para vivir y, por lo tanto, también para descubrir.
El corazón de Bolonia lo ocupan dos plazas, Nettuno y Maggiore, que aglutinan bellos edificios y la actividad de los boloñeses, siempre dispuestos a una charla ocasional. Las plazas son contiguas y casi gemelas, tan parecidas que a veces hasta se confunden.
La primera piazza debe su nombre a la fuente central del siglo XV que está coronada por una figura en bronce que representa a Neptuno, el mitológico señor de las aguas y hoy el símbolo de la ciudad. Neptuno tiene alrededor edificios remarcables como el palacio de Re Enzo, originario del siglo XIII, y la histórica Salaborsa, erigida en el XIX en estilo modernista para albergar la Bolsa de Bolonia. El recinto, recuperado en 2001 como centro cultural, aloja cafés, galerías de arte y una librería.
En la adyacente plaza Maggiore se eleva la basílica de San Petronio, la iglesia más querida de Bolonia y su catedral inacabada –la oficial es San Pietro (s. XVI), situada en la cercana Via dell’Indipendenza–. Proyectada por Antonio de Vincenzo en 1390, su construcción fue lenta y tropezó con un obstáculo: tenía que ser mayor que la basílica de San Pedro del Vaticano, algo que no gustó al Papa. De hecho, si se camina por la Via dell’Archiginnasio se pueden observar los ábsides inacabados. De todos modos, en tamaño, San Petronio se sitúa como quinto templo cristiano del mundo.