Cataratas Victoria…maravilla natural patrimonio de la humanidad

Cuando el viajero se acerca a la entrada del parque nacional de las cataratas Victoria, situado en territorio de Zimbabue, oye el rumor casi industrial del agua deslizándose a toda velocidad por la pendiente y cayendo al fondo de una grieta tan rara que parece como si a alguien se le hubiera olvidado cómo continuar con el río. Entonces comprende el acierto que los nativos makololo tuvieron al bautizar el lugar: Mosi-oa-Tunya, «el Humo que Truena», el nombre que ha adquirido el parque nacional en la orilla de Zambia.

En su cauce medio, cuando llega a la fractura en el terreno, el Zambeze, uno de los cuatro ríos principales del continente negro, tiene más de dos kilómetros de ancho. Al llegar a la estrechísima hendidura, se derrumba durante un centenar de metros. En la estación húmeda ese formidable impacto genera una nube de espray que llega a elevarse 76 metros sobre el nivel del suelo y mantiene en una especie de burbuja de microgotas a todo el entorno de las cataratas. De hecho, puede verse desde 20 kilómetros de distancia.

La sequedad de la sabana arbustiva propia de esta parte de África –una maraña de troncos desnudos y campos de gramíneas donde se camuflan los animales– desaparece en las Victoria.

El rocío generado por el impacto del río contra el fondo de la fisura revolotea empapando todo lo que haya en los kilómetros más cercanos, favoreciendo el crecimiento de un bosque específico y unos helechos gigantes que parecen extraídos de un relato fantástico. Resulta entretenido asomarse al abismo e intentar descifrar el porqué de los nombres de cada rincón: Piscina del Diablo, Cascada de Herradura, del Arco Iris, del Sillón… El resultado es hipnótico y desconcertante en su sencillez: una gran masa de agua cayendo por una grieta y generando un trueno y una fina lluvia perpetua.