Espectaculares acantilados, bahías de ensueño, islas solitarias, pequeños pueblos tradicionales se suceden a los largos de los 2.500 kilómetros que traza esta ruta a lo largo de la costa oeste irlandesa.
El viaje comienza en Cork para llegar a la población de pescadores de Cohn situada a treinta kilómetros en el sur. Desde ahí la carretera emprende su sinuoso recorrido repleto de alicientes paisajísticos y culturales.
El Atlántico oscuro y frío acompaña a lo largo de este periplo que invita a conocer la Irlanda rural, tradicional, y a disfrutar de su folclore. Dos pueblos cercanos, Kinsale y Clonakilty, son dos paradas perfectas para tener ese primer contacto con la acogedora Irlanda. Pequeños, con sus casas de fachadas de colores y sus numerosos pubs donde degustar una pinta de cerveza negra al son de la música celta.
Un paisaje divino
Como un gran zarpazo, cinco lenguas de tierra, estrechas y abruptas, se clavan el mar. Las llaman la «mano de Dios» y dicen que fue el Creador que al final de su obra dejó en estas tierras su huella. Lo que es cierto es que recorrer la carretera que circunda las penínsulas de Mizen y Sheep’s Head –con las islas Skellig enfrente– y seguir por la de Beara es una experiencia difícilmente superable por la espectacularidad de los paisajes que se atraviesan.
Pero todavía queda mucho por ver y unos kilómetros más al norte aparece la península de Iveragh que se recorre a través del llamado Anillo de Kerry y presenta una combinación casi perfecta entre vistas panorámicas, monumentos megalíticos y pueblos tradicionales.