Hace no mucho tiempo atrás todo era distinto en nuestro país en cuanto a las campañas electorales y candidatos (as) a los distintos cargos de elección popular.
Las campañas:
Eran de tierra, de acercamiento entre candidatos y electores, de convivencia y comunión verdadera. Quienes competían recorrían con gusto y paciencia calles de comunidades, escuchaban a la gente y comían ahí mismo lo que hubiera.
Hoy son campañas de Twitter y demás redes sociales; de visitas relámpago a determinada población y de giras de trabajo con actividades programadas el mismo día en lugares opuestos geográficamente.
¿Por qué no trazan rutas congruentes, por determinado tiempo en una misma dirección?
Por ejemplo, que los presidenciables recorran en una semana (o en quince días) las comunidades con más electores del norte del país; en otra, las del sur, y así sucesivamente.
Y quienes compiten al Senado, que tracen rutas regionales.
Por ejemplo en Oaxaca, que cuenta con ocho regiones, pueden hacer campaña siete días consecutivos en municipios de cada una: Costa, Istmo de Tehuantepec, Valles Centrales, Cuenca del Papaloapan, Mixteca, Cañada, Sierra Norte y Sierra Sur.
No que en el mismo día van de norte a sur, regresan al centro y pasan por occidente. Ups. ¡Cuánto desgaste físico y económico! Y así, las campañas no rinden frutos porque los electores ven solo minutos a los abanderados y escuchan propuestas vagas.
Claro, tan pervertido está el tema electoral que muchos electores van a las reuniones con los candidatos y candidatas para obtener algo: Una despensa, utilitarios, promesas de recompensa, vales, pollitos, cemento, etc.
En fin, que en esos recorridos relámpago los competidores a los distintos cargos de elección popular se toman la foto y graban el video para subirlo de inmediato a Twitter, Facebook y demás redes sociales. Se convierten en algo así como en auto-reporteros, y muy malos además.
Ciertamente, cada vez crece más el número de usuarios de las redes sociales. ¿Pero todos tienen la calidad de electores? Quien sabe. Por ejemplo, entre ellos habrá muchísimos menores de edad; tuiteros a sueldo, trolles y personas inhabilitadas para ejercer sus derechos político-electorales como el de votar.
Ah, pero candidatos y candidatos creen que ya conquistaron el voto del cien por ciento de los electores con sus mensajitos, fotos y videos en las redes sociales, sobre todo en Twitter. Y bueno, ciertamente las redes poco a poco se han ido convirtiendo en medios de mucha influencia.
Pero no lo son todo. Eso sí, son armas de doble filo: Para convencer o para destruir.
En fin las campañas electorales eran de más propuestas y menos mentiras; de más tierra y menos tecnología; sin tanto lodo; y se peleaba por el cargo, no por la plaza.
Hace algunos días, escuché decir a una señora de edad: “Desde cuando mataron a Colosio, el país se volvió un desastre”.
Vaya que sí; hoy hasta quienes se dicen de izquierda, son proclives a los principios de la derecha. Y viceversa.
Los candidatos:
Las y los candidatos a todos los cargos de elección popular (Presidencia de la República, senadores, diputados federales y locales, gobernadores y concejales) se creen divinidades, hechos a mano, de filigrana.
Y el personal de sus equipos de campaña los cuidan hasta de las moscas; este personal decide si dan o no entrevistas o conferencias de prensa. Nadie se puede acercar a las y los candidatos sin la anuencia de su equipo, convirtiéndolos en seres inalcanzables y por lo mismo repudiados.
Además, los mismos candidatos (con sus honrosas excepciones) ni siquiera tienen la atención de llamar por teléfono a los dueños, editores, reporteros, fotógrafos, y demás representantes de medios de comunicación para informar sobre eventos importantes de su agenda de campaña.
Eso sí mandan a destajo boletines carentes de mensaje al electorado; pura demagogia.
Peor aún: El evento es en la mañana, y envían la información hasta en la noche. ¡Ya para qué! Si ellos mismos ya la subieron en redes sociales. Pierde interés.
Ah, en antaño, los candidatos invitaban a los reporteros a las giras de campaña; y los reporteros redactaban crónicas y notas de color plasmando en ellas la esencia misma de los abanderados, además de sus propuestas.
No hay punto de comparación entre un boletín hueco, a la nota narrada por la pluma del reportero sobre cómo es el candidato, cómo convive con la gente, cómo saluda, cómo habla, cómo viste, qué propone, su elocuencia, cómo lo recibieron en la comunidad, etc.
Y ¿los cuartos de guerra? Todavía en la lela.
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