Durango… historia de esplendor en el valle del Guadiana

La ciudad vio su origen cuando los nahoas, nómadas procedentes del Norte del continente, hace dos mil años, decidieron asentarse en lo que hoy conocemos como Durango. Durante el período postclásico la ciudad fue ocupada por naturales zacatecos y sus contemporáneos tepehuanos, desde el Sureste del valle del Guadiana, hasta Nombre de Dios.

Más tarde, el conquistador español Francisco de Ibarra realizó viajes de exploración en el año de 1554, en los que descubrió una gran extensión de territorio de la parte Noroeste de la Nueva España y fue nombrado gobernador de Provincia por el Virrey Don Luis de Velasco el 24 de julio de 1562.

Una vez que recibió Francisco de Ibarra su nombramiento de Gobernador de la Provincia, se dispuso a dar principio a las exploraciones con su reciente nombramiento. Fundó nuevas ciudades y recorrió todo el extenso territorio descubierto por él para fundar la provincia que bautizara con el nombre de la Nueva Vizcaya, en recuerdo del lugar donde nació. Fundó la ciudad de Durango el 8 de julio de 1563.

Hacía pocos años que el Valle de Guadiana lo había descubierto el propio Ibarra. Se trataba de un ancho y luminoso valle, rico en humedad, debido a dos ríos que lo cruzan. Dotado de mucho monte donde, además de la madera que se podía aprovechar, había animales de caza y pescado en los ríos. Además, estaban próximos los lugares donde existían minas. Esto lo motivó para escoger el Valle de Guadiana y fundar la cabecera de su gobernación.

Una vez localizado el sitio, mandó desde Valle de San Juan a uno de sus capitanes, Alonso de Pacheco, con un grupo de soldados para que hicieran el trazo de la Nueva Villa. Siguiendo la costumbre de los españoles al fundar una ciudad, Alonso de Pacheco, ateniéndose en todo a las órdenes recibidas de Ibarra, procedió a señalar el sitio donde debía de quedar la Plaza de Armas, centro de la Nueva Villa. Al Norte señaló el asiento para la primera iglesia, que fue la de la Asunción, y al Sur el del Palacio de los Gobernadores. Al Oriente y al Poniente, los solares fueron repartidos entre los primeros vecinos.

Como ignoraba Alonso de Pacheco el nombre que Ibarra pretendía dar a la nueva Villa, empezó a llamarla “de Guadiana” por el valle en que estaba fundada.

Ibarra no quiso que en la nueva ciudad hubiera elementos que estorbaran su progreso. Por lo que, haciendo uso de su talento y espíritu cristiano y humanitario tendió la mano a los naturales dándoles ropa y alimentos, además les invitó para que ayudaran a levantar las casas de la villa e hicieran una acequia para llevar el agua desde los Ojos de Agua, situados al Poniente del valle. Todo este trabajo Ibarra lo remuneró a los indios y a los vecinos que le ayudaron.

Como la Villa era eminentemente agrícola, había necesidad de cultivar las tierras circundantes, por lo que Ibarra le dio tanto a los vecinos como a los naturales, implementos de labranza y, durante el primer año, Francisco de Ibarra los sostuvo mientras levantaban las primeras cosechas.

En la fundación de la ciudad el primer acto fue una misa oficiada por Fray Diego de la Cadena, celebrada según refiere la tradición, en la esquina Sureste de las hoy calles de 5 de febrero y Juárez, a la que asistieron Ibarra, sus capitanes y vecinos.

Después tuvo lugar el acto solemne de la fundación. En algún lugar de la Plaza de Armas se situaron en primer término el escribano real, Sebastián de Quiroz, que sentado frente a una mesa redactó el acto de la fundación y frente a él, con sus uniformes de gala, Francisco de Ibarra y sus capitanes; junto a ellos el alférez Martín de Rentería portando el estandarte que los había acompañado a sus conquistas. Y al lado de ellos, Ana Leyva de Pacheco, quien fuera la primera mujer española que llegó a Durango.

Desde ese día la Villa se llamó “Durango”, en recuerdo de la patria chica de su fundador. Su nombre quiere decir “más allá del agua”. Así es como hoy Durango celebra su rico pasado histórico y los retos que motivan a construir un futuro mejor con amplias posibilidades.