México.- La Revolución Mexicana llegó en meses pasados a todos los hogares con la serie de televisión El Encanto del Águila, producida por Televisa, y ahora disponible en DVD.
La producción, encabezada por Leopoldo Gómez, Bernardo Gómez y Pedro Torres, y que incluyó desde tomar como escenarios monumentos y edificios históricos, reunir a renombrados actores del cine nacional (Damián Alcázar, Tenoch Huerta, Ignacio López Tarso, Cecilia Suárez), y hasta utilizar elementos del Ejército, da un repaso monográfico a los personajes y sucesos que determinaron este proceso histórico.
En 13 episodios, la serie que contó con la asesoría de los historiadores Héctor Aguilar Camín, Antonio Saborit, Úrsula Camba y Felipe Ávila, recrea el periodo que va desde la sublevación de Francisco I. Madero hasta la muerte de Álvaro Obregón.
El fin de esta serie, como producto de difusión -comenta Felipe Ávila-, fue despertar el interés en el gran público sobre episodios clave del movimiento armado y hacerlo “entendible, atractivo, interesante, emotivo… para el disfrute del público”.
Pero para algunos historiadores consultados por EL UNIVERSAL, el discurso de esta producción resulta tendencioso, oficial, poco crítico y a veces incluso romántico.
La historiadora Georgette José Valenzuela, del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH) de la UNAM, comenta que hay una preferencia por resaltar la figura de los dos grandes íconos de la Revolución: Francisco Villa y Emiliano Zapata; mientras que las de personajes como Venustiano Carranza y Álvaro Obregón, que también ejercieron un papel crucial, se quedan relegados y son pintados como clasistas y déspotas. Un discurso que, dice, reproduce, profundiza y amplia los mitos de las figuras de la Revolución sin cuestionarlos.
“Están sobrevaloradas las figuras de Zapata y Villa. Hay un gusto por una versión muy popular, la que todos conocemos. En algunas escenas hay incluso una visión romántica. Por ejemplo, Villa parece más una figura de Hollywood, que el personaje histórico que fue. De Zapata quisieron resaltar más su relaciones personales y amorosas que sus banderas de lucha”, dice la historiadora.
En cambio, “el actor que representó a Venustiano Carranza no tiene nada que ver con lo que él fue. Físicamente hablando, era un hombre muy alto, con una voz que imponía, era un hombre muy inteligente y no como este personaje aristocratizante que pareciera que nada más se desenvolvió en los salones de fiestas y en los brindis, con los sectores altos de la sociedad mexicana de ese entonces”, asegura José Valenzuela, quien considera que los únicos personajes destacables son Francisco I. Madero (Gerardo Trejo Luna) y Porfirio Díaz (Ignacio López Tarso).
El problema con este tipo de producciones, afirma Josefina Mac Gregor, también investigadora del IIH de la UNAM, es que a los personajes se les confiere una personalidad atractiva para el auditorio, pero que no necesariamente corresponde a la que en realidad tuvieron.
En esto coincide el historiador Felipe Ávila, quien a pesar de formar parte del grupo de historiadores dice no estar convencido con la forma en que la serie representó a algunos personajes: “Por ejemplo, no me gustó mucho la figura de Victoriano Huerta ni la de Henry Lane Wilson, creo que fueron muy exagerados. Como historiador no me simpatizan estos dos personajes, pero en la serie no se me hizo nada atractiva la forma de representarlos, me parecen un tanto exagerados. Yo no los hubiera puesto así, pero esa es la idea que se formó el director sobre la personalidad de los personajes”, comenta el también investigador de la UNAM.
De relatos históricos a anécdotas
La insatisfacción del tratamiento que las televisoras le dan a los hechos históricos, dice Mac Gregor, resulta del hecho de que al poner diálogos en el relato histórico, se llevan las cosas a un tratamiento más bien anecdótico que a resaltar lo fundamental del proceso histórico o la relevancia y significación de ciertos hechos.
Felipe Ávila argumenta que hay que ubicar esta serie como una obra de difusión y que se trata de una recreación histórica. “Se trataba de hacer una serie con sustento real, que no presentara falsedades. El papel que nos tocó a nosotros como asesores fue que la historia que se contará estuviera lo más apegada posible a los hecho, tal y como ocurrieron, que no deformara los hechos, que no fuera tendenciosa”, asegura el investigador, quien está convencido de que la serie logró su cometido: ser apreciada por millones de televidentes.
Aún con la participación de asesores históricos, las especialistas lamentan que algunos hechos fueran distorsionados, quizá, para facilitar la comprensión de los temas.
Por ejemplo, cuando se aborda el tema del Congreso Constituyente, se plantea un acuerdo entre Carranza y Obregón que no existió para que la Constitución se aprobara. “En realidad Obregón no estaba en Querétaro, y en los últimos tiempos se ha demostrado que no hubo la división en grupos que se ha querido ver en dicha asamblea, todos los diputados eran carrancistas, y los artículos 123 y 27 los elaboraron los colaboradores más cercanos de Carranza, entre otros, Pastor Roauix y José Natividad Macías. En este sentido, por ejemplo, en la televisión pareció que la discusión más fuerte se dio cuando se propuso el artículo 123. Tampoco ocurrió así, el debate se planteó cuando se dio a conocer el artículo 5”, detalla Josefina Mac Gregor.
Otro de los datos mal interpretados, según José Valenzuela, es que esta lucha descarnada por el poder haya dejado un millón de muertos.
“La Revolución tuvo muchas etapas, y la más violenta fue la de la lucha de facciones, a partir de 1914, con la caída de Victoriano Huerta, pero es un mito el que haya habido un millón de muertos, eso no es cierto, pero la serie ni siquiera lo aclara. Se va por el discurso de la lucha descarnada por el poder”, comenta.
La lucha por el poder
Este discurso de la lucha por el poder -referida desde el título de la serie- se deduce cuando no se sabe diferenciar y explicar que la Revolución Mexicana no fue un proceso lineal, sino de procesos diferentes que convergen, a veces para enfrentarse, y en ocasiones, para complementarse, explica Josefina Mac Gregor:
“Hay que hacer notar que durante el proceso revolucionario hubo varios proyectos diferenciables: el maderista, el constitucionalista, el huertista, el zapatista, el convencionista, además del sonorense y el cardenista. Cuando no se explica esta idea, es muy fácil caer en la idea de que en una revolución todo se mueve por el afán de poder o por la existencia de una anarquía incontrolable consustancial al pueblo mexicano”, dice.
Pero esto, llevado a los tiempos de televisión, en 13 episodios de aproximadamente 25 minutos cada uno, es complicado de realizar.
“Se ven tan asilados los capítulos de la serie, que pierde importancia el contenido y el propio acercamiento. Por ejemplo, es muy irrelevante el episodio de los hermanos Serdán, debieron explicarlo mejor, qué es lo que significaban esos grupos revolucionarios en el contexto general, pero con 20 minutos de programa y 18 mil anuncios obviamente quién no tiene una idea general de lo sucedido se puede perder”, dice Alejandro Rosas, quien participó como asesor histórico junto al historiador Enrique Krauze en la telenovela El Vuelo del Águila, producida por Televisa en los 90.
“Creo que es muy mezquino que Televisa no invierta más en estos temas, sería muy buena apuesta que tuvieran una serie de 90 o 100 capítulos donde pudieras ver con más claridad los contextos y no episodios aislados que parten de un proceso”, agrega.
No obstante los señalamientos, las historiadoras destacan algunos puntos a favor en esta producción. “Vale la pena destacar, y por eso lamento que el contenido haya tomado esos rumbos, la escenografía, los paisajes y el vestuario”, dice Valenzuela.
“El tema de la producción es muy interesante, es una de las cosas más atractivas: poder ver cómo eran los accesorios de la época: vestidos, muebles, edificios. Los actores, la mayoría excelentes, también contribuyeron a caracterizar y quizás a trastocar a los personajes, al interpretarlos como ellos o el director los interpretan, pero creo que eso es ineludible. Me preocupa más la tergiversación de hechos concretos, muy particulares, y el sentido general que se le da al proceso revolucionario en su conjunto”, dice MacGregor.
Pero para Alejandro Rosas el vestuario y la escenografía dejan mucho que desear: “A pesar del esfuerzo de cuidado y rigor histórico, en términos de vestimenta y maquillaje, la serie se sigue viendo como en el Canal de las Estrellas: todo se ve pulcro, el vestuario de los personajes se ve limpio. No llegas a creer que estas viendo un episodio histórico, como cuando ves, por ejemplo, las series de la BBC de Londres sobre la Segunda Guerra Mundial, que a través del escenario y la vestimenta te visualizas dentro de la época. Aquí, en cambio, hasta el polvo se ve correcto”, comenta.
Agencia El Universal