David Owen en su libro “en el poder y en la enfermedad”, dice que un común denominador de los jefes de estado y gobierno más importantes del mundo, es una enfermedad que los griegos llamaban “hybris”. (Enfermedades de jefes de estado y Gobierno en los últimos 100 años, Ed. Ojo del Tiempo Siruela, pp. 25 a 29)
Pero ¿qué es la hybris?; para los griegos no era una enfermedad, sino un acto –dice Owen- “un acto de hybris era aquél en el cuál un personaje poderoso, hinchado de desmesurado orgullo y confianza en si mismo, trataba a los demás con insolencia y desprecio. (Owen, David. En el poder y en la enfermedad. Ed. Siruela. p25).
Sin embargo y tras los estudios realizados por el propio Owen que aparte de escritor y diplomático también es médico, este término ya es estudiado por la medicina moderna porque forma parte de los trastornos relacionados con el ejercicio del poder.
Hemos leído infinidad de veces que el poder causa estragos en la mente de quien lo ejerce y, dependiendo de su grado de preparación, de estudio, de inteligencia y de humildad, el poder puede, o bien trastornar al inteligente o enloquecer al ignorante.
Por eso me pareció pertinente enlistar los síntomas que David Owen considera para lo que él llama el síndrome de la hybris:
Una inclinación narcisista a ver el mundo, primordialmente, como un escenario en el que pueden ejercer su poder y buscar la gloria, en vez de cómo un lugar con problemas que requieren un planteamiento pragmático y no autorreferencial.
Una predisposición a realizar acciones que tengan probabilidades de situarlos a una luz favorable , es decir de dar una buena imagen de ellos.
Una preocupación desproporcionada por la imagen y la presentación.
Una forma mesiánica de hablar de lo que están haciendo y una tendencia a la exaltación.
Una identificación de si mismos con el Estado hasta el punto de considerar idénticos los intereses y perspectivas de ambos.
Una tendencia a hablar de si mismos en tercera persona o utilizando el mayestático “nosotros”.
Excesiva confianza en su propio juicio y desprecio del consejo y la crítica ajenos.
Exagerada creencia, -rayando en un sentimiento de omnipotencia- en lo que pueden conseguir personalmente.
La creencia de ser responsables, no ante un tribunal terrenal de sus colegas o de la opinión pública, sino ante un tribunal mucho más alto: la Historia o Dios.
La creencia inamovible de que en ese tribunal, serán justificados.
Inquietud, irreflexión, impulsividad.
Pérdida de contacto con la realidad, a menudo unida a un progresivo aislamiento.
Tendencia a permitir que su “visión amplia”, en especial su convicción de la rectitud moral de una línea de actuación, haga innecesario considerar otros aspectos de ésta, tales como su viabilidad su coste y la posibilidad de obtener resultados no deseados: una obstinada negativa a cambiar de rumbo.
Un consiguiente tipo de incompetencia para ejecutar una política que podría denominarse incompetencia propia de la hybris.
Para Owen, es necesario que un paciente presente más de tres de estos 16 síntomas de un síndrome, que no sólo aqueja a jefes de Estado o de Gobierno, sino también a rangos mucho menores en la escala burocrática, no se si de cualquier país, pero de México, seguro estoy que sí.
Desde la secretaria que detiene un oficio a sabiendas de la trascendencia del mismo, pasando por el ministro de un culto que lleva a sus feligreses al suicidio y hasta un funcionario público que piensa en el dinero de la dependencia como propio y no como del pueblo, todos ellos pueden presentar más de tres síntomas de este síndrome común en una sociedad política corrupta como la mexicana.
Owen habla de jefes de Estado de la talla de Boris Yeltzin, de George W. Bush, John F. Kennedy, Mijail Gorvachov, Margaret Thatcher, etcétera, todos ellos con poder, pero no habla de personajes que pudieran haber padecido hybris sin ostentarlo.
Y se me viene a la mente un mexicano, tabasqueño de Macuspana específicamente que, sin haber sido jefe de estado, padece este síndrome de la hybris, manifiesto en su verborrea, me refiero a Andrés Manuel López Obrador.
Si se siente dios antes de llegar al poder, ¡imagíneselo de Presidente de México!