Siempre es un placer volver a Escocia. El país de la gaita y el whisky, cuna del golf y cantera de excelentes actores como Sean Connery y Ewan McGregor, y de grandes bandas como Franz Ferdinand. Los rigores del clima han moldeado esta tierra de paisajes nostálgicos que huelen a lluvia, a hierba fresca y a oveja. Glasgow es el mejor punto de partida para internarse por la región central –entre las Highlands y las Lowlands–, quizá la más simbólica del país.
En las dos últimas décadas, esta antigua ciudad industrial se ha transformado en una metrópoli cosmopolita que abre galerías de arte y tiendas trendy en antiguos edificios georgianos y victorianos. La colorida Buchanan Street, junto a Argyle y Sauchiehall Street, forman la «Golden Z» o «Milla del Estilo».
En este paraíso de las compras destaca Argyll Arcade, unas galerías comerciales de 1827 repletas de tiendas de lujo. Otra visita fundamental es el Kelvingrove Art Gallery & Museum, el museo de arte más visitado en el Reino Unido fuera de Londres. Y la librería Voltaire & Rousseau, en Otago Lane, que vende cientos de libros a una libra.
Glasgow, además, sabe pasárselo bien. Cuenta con una gran tradición de pubs con música en directo, ama la cerveza y vive el fútbol con pasión, como demuestra el derbi local entre el Rangers (protestante) y el Celtic (católico), que paraliza la ciudad.
A solo 25 kilómetros del centro de Glasgow, el Parque Nacional de Loch Lomond and the Trossachs nos adentra en una región boscosa con decenas de lagos, varios castillos, ruinas megalíticas y 21 munros, montañas que sobrepasan los 3.000 pies (910 metros) de altitud.
El Balloch Castle, una fortaleza del siglo XIX erigida sobre las ruinas de otra medieval, regala la mejor panorámica del Loch Lomond, un lago de 39,5 kilómetros de longitud que está punteado por 30 islas.