Aquí llegan, aleteando con frenesí, el cuerpo convertido en una borrosa mancha blanquinegra, con el destello naranja de un pico de proporciones caricaturescas. Los acantilados, vacíos y oscuros durante meses, se convierten en un hervidero de vida con la llegada de los frailecillos atlánticos, llamativos y adorables, a finales de marzo.
Fratercula arctica, la menor de las cuatro especies de frailecillos, llega en masa a las abruptas islas y costas británicas para criar; cuanto más remotas, deshabitadas y libres de depredadores estén, mejor. No se sabe con certeza dónde ni cómo pasa el resto del año. Se refugia en algún punto de los vastos mares septentrionales, donde vuela, se alimenta y flota en soledad, lejos de la mirada humana.
Pero en primavera, ¡qué carnaval para los frailecillos! La cría es el único pretexto para que estas aves marinas tomen tierra. Entonces se convierten en unas criaturas intensamente sociales, que se cortejan, se aparean, se pelean. Se concentran en cifras que van desde unos cuantos cientos de parejas en Maine a decenas de miles en Islandia.
Las islas Británicas, escenario de estas fotografías de Danny Green, atraen en torno al 10 % de una población total que se estima en 20 millones de frailecillos atlánticos (se ignora el número exacto). En Islandia recala casi la mitad