Para muchos pueblos y lugares del planeta el águila es un símbolo nacional. Lo es para los estadounidenses y también para los alemanes, como yo.
Según un artículo de Klaus Nigge para National Geographic en español, a los fotógrafos les gusta retratar a estas aves en toda su majestuosidad, planeando en el cielo azul y con un impoluto plumaje en perfecto estado de revista.
«Pero en las islas Aleutianas, en Alaska, me encontré con un águila infinitamente más salvaje y áspera, el águila calva (Haliaeetus leucocephalus). Sucias, mojadas y a menudo peleándose entre ellas, aquellas aves no eran precisamente lo que uno espera de un símbolo nacional. Sin embargo, su capacidad de enfrentarse a lluvias torrenciales y a unos congéneres antipáticos con los que las relaciones son difíciles tal vez sean valores mucho más inspiradores en la elaboración de un mito. En las inmediaciones de la población de Unalaska y el vecino Dutch Harbor, el puerto pesquero más grande de Estados Unidos, las águilas están más que acostumbradas a la gente. Como hay pescado por doquier, las águilas merodean por la zona a la caza y captura de restos. Vuelan hasta los barcos pesqueros que regresan a puerto y rebuscan en la cubierta. Vuelan hasta donde los marineros limpian las redes. Se posan en los tejados de las plantas de procesado y envasado.»
«Para tomar estas fotografías, fui a los parajes naturales alejados de la ciudad donde se congregaban aquellas aves tan habituadas a la especie humana.»
«Allí podía verlas cara a cara, acercarme sin camuflajes. En todo momento ellas sabían que yo estaba allí. Para estudiarlas y aprender qué les gustaba y qué no, tenía que andarme con cuidado, permaneciendo largas horas entre ellas, tumbado boca abajo e inmóvil. He estado siete veces en las Aleutianas y pienso volver. Soy amante de las águilas. Me encantan.»
¿Por qué? Quizá porque ellas vuelan y yo no, finaliza el artista gráfico.