Investigadores de la UNAM estudian costumbres de bobos de patas azules

Desde 1980, el doctor Hugh Drummond, investigador del Instituto de Ecología de la UNAM, y sus colaboradores se han dedicado al estudio de los bobos de patas azules en la Isla Isabel, ubicada a 50 kilómetros de San Blas, Nayarit.

Como anidan en islas del océano Pacífico muy alejadas de la costa, estas aves no tienen las mismas conductas defensivas que otras ante los depredadores y los seres humanos; además, son de gran tamaño y de movimientos lentos. Todo ello propicia que los investigadores universitarios puedan observarlos y estudiarlos con facilidad.

“Los bobos de patas azules son aves coloniales, lo cual significa que forman cientos de nidos en una misma zona. Gracias a esto podemos estudiar en la Isla Isabel su conducta, las interacciones que se establecen entre macho y hembra, entre padres y crías, o entre las mismas crías”, dice Drummond.

Durante el cortejo, y aI igual que otras aves, los bobos de patas azules hacen posturas muy llamativas y vocalizaciones, y despliegan sus patas.

Dos de los colaboradores del investigador universitario, Roxana Torres y Alberto Velando, han observado que los distintos tonos del color de las patas de estas aves están asociados a su estado nutricional, su edad y su experiencia reproductiva.

“Es posible que cada ejemplar lea en las patas del que se está presentando su curriculum vitae e información de su estado actual”, señala Drummond.

Por otro lado, además de volar, los bobos de patas azules están preparados para desplazarse dentro del agua.

Se clavan en un lugar donde hay un cardumen de peces pequeños y los persiguen. En ocasiones, ayudados por sus patas y alas, bajan hasta diez metros de profundidad.

Población estable

De acuerdo con lo que han visto Drummond y sus colaboradores, la población de los bobos de patas azules en la Isla Isabel es estable.

“Ello se debe, sin ninguna duda, a que dicha isla no es muy visitada por seres humanos porque está demasiado alejada de la costa, y a que es un parque nacional protegido por la autoridad ambiental”, indica.

El interés particular de Drummond se centra en el conflicto que surge en las primeras tres semanas entre las crías hermanas de los bobos de patas azules. Todos los días, una agrede a la otra, y esta última aprende a doblegarse y a adoptar posturas de sumisión.

Tal relación de dominancia-subordinación, en la que se echa a andar un proceso de aprendizaje llamado por los psicólogos “proceso de convertirse en un ganador entrenado o en un perdedor entrenado”, persiste durante los siguientes cuatro meses.

“Luego, cada quien mantiene su papel social durante el resto del periodo que pasan en el nido. Ahora bien, yo creo que la agresión se expresa todos los días para que no decaiga el mencionado proceso de aprendizaje. Por lo demás, el nivel de agresión es ‘calibrado’ según las circunstancias. Así, una cría dominante aumentará su agresión si su hermano muestra agresividad, es decir, si intenta invertir la relación de dominancia”, apunta el investigador.

Por cierto, si la cría dominante empieza a recibir menos alimento, puede aumentar su agresividad en contra de la cría subordinada hasta en 500 por ciento, y si esa situación de agresividad elevada se mantiene durante un periodo más o menos largo la cría subordinada puede morir.

Relaciones agresivas

En ocasiones, los resultados obtenidos a partir de la observación de la conducta animal no se ajustan enteramente a los supuestos de los psicólogos y biólogos; por ejemplo, aunque parezca extraño, el patrón dominante-subordinado en la infancia no afecta el desempeño de cada individuo en su vida adulta.

“Es probable que nuestra investigación de los bobos de patas azules sea la primera investigación de los impactos a largo plazo del estrés en la infancia en la que el tratamiento no es experimental y los estresores son naturales (golpes cada día, escasez de alimento, sumisión psicológica, corticosterona elevada). Nosotros medimos, vía la observación de su vida, los impactos a largo plazo en su desempeño como adultos”, comenta Drummond.

En efecto, él y sus colaboradores han visto por primera vez en una población de animales silvestres los impactos de las relaciones agresivas entre hermanos sobre el desarrollo de cada individuo adulto y lo que han encontrado es que no existen consecuencias negativas; es decir, que un bobo de patas azules adulto que fue una cría subordinada es igual de viable que otro que fue una cría dominante. “Ambos son igualmente viables durante el resto de sus vidas en cuanto a sobrevivencia, edad de primera reproducción, fecha de reproducción, capacidad inmunológica y éxito reproductivo. Los hemos estudiado hasta los 16 años de edad y no hallamos diferencias, excepto en el caso de las hembras, porque si éstas fueron crías subordinadas superan a las crías dominantes en el desempeño reproductivo adulto”, explica el investigador.

Quizá, desde el punto de vista de la evolución y la adaptación, la razón de esto sea que los retos que enfrentan las segundas crías o crías subordinadas son parte de su medio natural. Con todo, durante la infancia, las crías subordinadas tienen tres veces más probabilidades de morir que las dominantes.

“Al dominar a su hermano, la primera cría asegura su propia sobrevivencia durante la infancia. Tal vez el trabajo de reprimir al hermano implique un costo a largo plazo, y por eso, en la vida adulta, el desempeño de la cría dominante pueda resultar inferior, aunque ciertamente esto es sólo una especulación.”

Competencia entre hermanos

Por lo que se refiere a muchas especies de aves, la competencia entre hermanos se da a partir de la busca de atención del padre. Con los bobos de patas azules, en adición, el dominante se dirige al hermano y lo ataca.

“Un bobo de patas azules establece rutinariamente su dominancia sobre el hermano; la decisión de matarlo o no depende de la cantidad de alimento que estén trayendo los padres”, afirma el investigador universitario.

La competencia entre hermanos, impulsada por la selección natural, se aprecia en todos los animales que producen camada o nidada, y cuidan a sus crías. La competencia agresiva entre hermanos se ha observado solamente en una minoría de especies, como los halcones, búhos, garzas, pelícanos, cánidos, hienas, puercos.

Ágiles en el aire, torpes en tierra

En el reino animal hay distintas clases de relación entre padres e hijos, y el tiempo en que las crías dependen enteramente de sus progenitores varía de especie a especie. Quizás uno de los factores para que aquéllas alcancen la independencia sea poder procurarse su propio alimento. En el caso de las crías de los bobos de patas azules es difícil decir cuándo ocurre esto.

“Los padres las alimentan mínimamente durante los primeros 90 días, plazo a partir del cual empiezan a aprender a volar para echarse clavados en el mar en busca de peces. Durante todas las semanas que dura este proceso de aprendizaje se alimentan solas hasta cierto grado, pues los padres les proporcionan el resto del alimento que requieren”, dice Drummond.

Los bobos de patas de azules vuelan con mucha agilidad y destreza antes de clavarse en el mar en busca de peces; en tierra parecen un tanto torpes y hasta cómicos, como los pingüinos.

“Además, están poco adaptados para defenderse de los depredadores terrestres, lo que los vuelve muy vulnerables. Los primeros marineros españoles que arribaron a las islas del océano Pacífico en el siglo XVII mataron centenares de ellos con mucha facilidad. Es posible que por eso los hayan bautizado con el nombre de bobos”, concluye el investigador universitario.

Agencia El Universal