La Provenza es el alma del Mediodía francés. Ocupa el recodo sudoriental del país, y la distingue su luz alegre y nítida. Sin duda, se trata de la Francia más mediterránea. Un territorio de campos ondulados que cautivó a los romanos hace dos milenios y que en los últimos siglos ha sido un imán para creadores de todos los campos artísticos. Hoy en día los viajeros acuden a sus villas medievales buscando el encanto de su estilo de vida y de su arquitectura popular, una gastronomía inolvidable y el aroma de lavanda en los paisajes.
Gordes es un inicio perfecto para una ruta por la Provenza. Una pequeña aldea que se enrosca en torno a la colina que la acoge y que salva el desnivel con calles empinadas en las que aparecen escalones e incluso túneles para que las casas se ordenen por la ladera. Queda coronada por una fortaleza del siglo XVI. Como tantas otras localidades de la región, una modesta loma ha sido el lugar en el que encastillarse.
Tan solo hay que alejarse tres kilómetros de Gordes hacia el nordeste para acceder a uno de los paisajes más idílicos de la Provenza. En un estrecho valle al que se llega por una retorcida carretera se halla la abadía de Sénanque. Está rodeada de los característicos campos de lavanda, y el lugar es tan angosto que en su día ni siquiera se pudo orientar el ábside hacia el este, como era preceptivo en las iglesias románicas. El viajero observador buscará en el claustro delantero un capitel donde está esculpida la Tarasca, monstruo mitad pez mitad dragón que dio nombre a Tarascon, que aparece más adelante en la ruta.