Los puentes Vasco de Gama y 25 de Abril cruzan el Tajo y nos depositan directamente en una de las capitales más especiales de Europa. Lisboa desprende, además de placidez y armonía, muchas opciones y contrastes. Puede ser el lugar más tradicional y auténtico y ofrecernos jabones o bordados fabricados al modo del siglo XIX, hasta el diseño más atrevido y contemporáneo propio de Berlín o Tokio.
Para entendernos, no solo de fado viven los lisboetas. Esas melodías destilan nostalgia del pasado, pero también de un futuro que se ansía, y son perfectamente compatibles con la marcha más viva y las noches más divertidas de Europa. De algún modo, Manoel de Oliveira, el director de cine que con 105 años sigue filmando, representa el espíritu de un país con una cultura tan sofisticada y profunda como poco conocida en la vecina España. Éstas son algunas de las pistas para apreciar los muchos sabores de la vida lisboeta. Marca común: alta calidad y cero decepción.
Lisboa está construida sobre siete colinas y bueno es empezar por el Castillo São Jorge, un recinto fortificado junto al antiguo barrio árabe de Alfama. Si la visita coincide en martes o sábado, conviene acercarse a la Feria da Ladra, es decir, el mercadillo de la ladrona. Otra parada muy recomendable y distinta es la escuela de circo Chapitó, que además es un bar-restaurante (Costa do Costelo, 1). En las proximidades se halla la Sé, la Catedral lisboeta, y también las ruinas del Teatro romano del siglo I a.C., la iglesia de San Antonio y numerosas fuentes (al-hamma, en árabe) que dan nombre al distrito.