Londres 2012. Trayectoria de Paola Espinosa, narrada por ella misma.

LONDRES, Inglaterra.- Les voy a platicar un poco de mi vida. Soy Paola Espinosa, clavadista. Soy de La Paz, Baja California Sur.

Soy de una familia de deportistas, por parte de mi papá, ya que él y sus hermanos fueron nadadores. Siempre me inculcaron los deportes acuáticos, me empezaron a llevar a los gimnasios, a las albercas, porque no me aguantaban en mi casa -esa es la verdad-, porque era muy hiperactiva. Mi mamá no sabía qué hacer conmigo.

Todos los deportes me aburrían y me corrían por estar jugando en todos lados. El único deporte que me gustaba, por el miedo de subirme al trampolín o a la plataforma, eran los clavados. Recuerdo que mi primer clavado fue de la mano de mi hermana, así empecé en este deporte.

Mi primera competencia fue a los 7 años, en un evento llamado talentos deportivos, en el que te hacían pruebas de flexibilidad, “puntas”, parados muy sencillos. En esa competencia quedé en segundo lugar, pero cuando pasé por la medalla no me gustó. Recuerdo que cuando me dieron la medalla lloré mucho y le dije a mi mamá que no me gustó; entonces, me dijo que si no me había gustado, tenía que trabajar más fuerte para que en la próxima competencia fuera la número uno. Esas palabras se me quedaron grabadas y así me dediqué de lleno a entrenar para llegar a ser la mejor y la número uno.

Recuerdo que en esa competencia lloraba porque yo quería la medalla amarilla (la de oro, claro) y ahí fue cuando empecé a soñar en hacer “paraditos” perfectos. Ese era mi sueño.

Poco a poco fui subiendo de nivel. Primero, un clavado sencillo, luego uno de vueltas y más grandes los giros.

A los 11 años me invitaron a formar parte de la selección infantil-juvenil y tenía que irme sola a la Ciudad de México. Mis papás me preguntaron qué quería y les dije que sí quería irme; sin pensarlo, a los dos meses me fui y ellos me apoyaron. Mi familia se separó: al principio mi mamá se vino conmigo (hasta que terminé la secundaria). Fueron etapas muy bonitas para mí porque aprendí a valorar mucho a mi familia, vivía de lunes a sábado sola; el sábado en la tarde los veía y el domingo me regresaba como si fuera un internado. Iba a la escuela sola, hacíamos dos entrenamientos al día y terminábamos a las nueve y media de la noche. Me gustaba ir al gimnasio, a la alberca e ir mejorando día con día y siempre me gustó sentir que le iba ganando a mis compañeros.

Lo difícil de estar en una selección infantil-juvenil era estar lejos de mi familia. Siempre he sido una persona de casa, tengo una hermana mayor y al principio dije “qué bueno que ya no me voy a pelear con mi hermana”, pero después me di cuenta de que me hacían mucha falta cuando había tenido un mal día, cuando me pegaba en el trampolín, en la plataforma, o cuando tenía gripa o simplemente extrañaba mi casa.

Muchas veces quise escuchar las palabras de “mañana será un día mejor” de mi mamá o mi papá, pero siempre era por teléfono. Nunca un abrazo, un apapacho.

Cuando estaba cansada y tenía todavía que hacer tarea, era el momento en que extrañaba a mi hermana, o que mis papás me dijeran “no pasa nada, ya verás que todo esto vale la pena y que en el futuro tendrás la recompensa”.

Después salí a competir a un buen nivel y mi carrera se convirtió en un sueño familiar. Siempre quise ir a Juegos Olímpicos, los veía por la televisión y siempre quise estar en la plataforma de 10 metros, ponerme un traje bonito, hacer vueltas y giros. Y ese momento llegó en Atenas 2004, a los 17 años.

Mis primeros Juegos Olímpicos llegaron muy rápido, antes de lo que imaginaba. Esos Juegos los había soñado toda mi vida, había trabajado mucho para estar ahí y creí que sería una gran fiesta, que los iba a gozar; siempre pensé en el uniforme de México, en la vuelta olímpica como se ve en la TV, pero no fueron lo que yo esperaba.

Tres meses antes de los Juegos me quitaron a mi entrenador por circunstancias ajenas a mí. Me hicieron entrenar con otra persona (con la que no me llevaba bien) unos dos días antes de los Juegos Olímpicos. Entrenábamos un clavado que en ese entonces solamente tres mujeres en el mundo lo hacían… y ahora soy la única que lo hace, que es el “tres y media vueltas de holandés”, un clavado que requiere de mucha fuerza, que solamente hacen los hombres y que, entrenándolo a mis 17 años, caí totalmente de panza en el agua.

No sentí nada, no recuerdo bien, sólo sé que sentía caliente, que no pude salir de la alberca, que se aventaron mis compañeros por mí. El traje estaba pegado a la piel, tenía sangre, veía sangre, no podía respirar, los doctores llegaron y me pusieron hielo. Todo esto a dos días de los Juegos Olímpicos. Ese ha sido el peor golpe de mi vida, no sólo físico sino también emocional porque en ese entonces no tuve a nadie que me ayudara, tenía un entrenador al que no le importaba y fue por mí misma que pude vencer el miedo y salir adelante.

Llegué a los Juegos de Atenas entrenando con alguien al que no le importaba que me hubiera pegado, que eran mis primeros Olímpicos y no tuve el aliento para superarlo, así que me apoyé en uno de mis compañeros (Rommel Pacheco).

Competía en cuatro pruebas y en las cuatro logré ser finalista. En la plataforma, después de haber hecho ese clavado en el que me había pegado, pasé a las semifinales en sexto lugar, enfrentándome a las mejores del mundo. Fue entonces cuando supe que yo también era buena y eso me ayudó a ver las cosas diferentes.

El entrenador mexicano en esos Juegos Olímpicos, en plena competencia, me corrió porque no le gustó que le ganara a su alumna. Entonces fue Rommel quien empezó a dirigirme en la competencia.

Me daba miedo tirar 10 metros, llevaba apenas un año tirando plataforma, pero aprendí mucho en estos Juegos, aprendí que en la vida misma nos vamos a encontrar muchas piedritas en el camino, muchos obstáculos porque así es la vida, pero el chiste es aprender de cada una de esas experiencias para no volver a caer.

Es bueno caer, y caerse muchas veces. Lo que no es bueno es tropezarse con la misma piedra, debemos aprender de las que vamos saltando y que nos hicieron caer.

Después de Atenas 2004, a mi regreso estuve a punto de retirarme. La persona que evitó que lo hiciera fue mi actual entrenadora, Ma Jin. Ella se hizo cargo de nosotros. Al principio nos caíamos mal, ella no hablaba bien español y tuve que cambiar toda mi técnica. Todo lo que me habían enseñado de chica estaba mal; con ella aprendí una nueva técnica, una nueva forma de hacer clavados y fue el momento clave para demostrar que sí podía estar en la elite.

Al principio fue muy difícil, incluso en los Centroamericanos de 2006 quedé siempre en segundo, lo cual me causaba mucho enojo porque yo sabía que podía ser primera, pero no podía; en 2007 también en el Mundial estuve muy cerca de una medalla y al final tampoco pude. Después comprendí que la preparación no solamente tenía que ser física, sino también mental, que tenía que saber controlar mi cuerpo con mi mente, mis emociones, porque clavados es un deporte en el que debes estar muy tranquila, serena y concentrada para tirar una buena ejecución, para tener los movimientos exactos. No puedes tirar con exceso de adrenalina porque te pasas, así que comencé a trabajar mi mente.

En los Panamericanos me comenzó a ir bien, logré tres medallas de oro -algo que nunca se había logrado- y fue el momento justo en el que sentí la conexión con mi entrenadora y una mayor madurez física y mental. También fue el momento de convencer a mucha gente que quería correr a mi entrenadora porque ella llegó a sobresalir en un deporte en el que siempre habían figurado los mismos entrenadores. Y nosotros éramos el grupo en el que nadie creía y al que querían dividir, al grado que mi entrenadora, Rommel y yo decidimos que si ella se regresaba a China, nosotros nos iríamos con ella.

Después llegó Beijing 2008. Eran unos juegos muy esperados para mí, la posibilidad real de tener una medalla olímpica, de culminar todos mis sueños y objetivos. Empezó la prueba de sincronizados, en la que no estábamos tan bien preparadas, pues apenas llevábamos un año tirando, pero salimos en un buen día, con buena sincronía y fue posible un buen resultado (bronce).

Tatiana (Ortiz) y yo soñamos con ver la bandera, nos sentimos muy contentas, sincronizamos bien, se dieron las cosas en ese momento para tener esa medalla de bronce. La verdad, cuando estuve parada en ese podio, ver a mi familia, a tanta gente, a la gente que me apoyaba y gritaba “¡México!”, fue una de las experiencias más bonitas de mi vida, que no cambiaría por nada.

Una medalla olímpica que pocos en el mundo podemos presumir, que es reflejo de mi trabajo, de mi entrenadora. Ella llegó a México hace ocho años, fue un cambio repentino para bien, pues la potencia en clavados es China y mi entrenadora nos enseñó muchas técnicas nuevas.

En México hay mucho talento, pero faltan entrenadores capacitados para impulsar esos talentos, somos fuertes naturales, rápidos, explosivos, por eso hay tantos niños que vienen atrás de nosotros, lo que no hay son buenos entrenadores o entrenadores capaces de impulsar a estos talentos.

En Beijing me tocó ser la abanderada de la delegación. Fue una experiencia muy bonita, con la bandera de México; fuimos de los últimos países en pasar, estaba muy nerviosa, la bandera pesaba mucho y hacía mucho aire; el piso estaba resbaloso y el contingente mexicano que estaba atrás de mí gritando, echando porras, cantando el “Cielito Lindo”, me hacía sentirme orgullosa de que México estaba presente en esos Juegos. Y queríamos ganar y decirle al mundo a lo que íbamos.

Yo iba pensando ese día en lo orgullosa que me sentía de ser mexicana.

Mi prueba individual de 10 metros sinceramente no fue lo que yo esperaba. Esperaba mucho más de mí, de mi trabajo, de mi esfuerzo, pasaron muchas cosas por mi cabeza, y esos cinco clavados a la fecha me siguen doliendo. Es un dolor que está ahí y que no se me va a quitar hasta Londres.

Aprendí mucho de estos Juegos, que todo lo que había entrenado en mi vida era para ese momento, que para ese segundo que dura el clavado entrenas toda tu vida, y que para estar ahí debes estar concentrado y pensar nada más en lo que has trabajado.

No te puedes parar en la plataforma y pensar en las banderas, en México. Yo sé que todos los ojos están puestos en mí, eso no lo puedo controlar, ni el aire, la gente, el sol, pero lo que sí puedo controlar es mi mente, mi cuerpo, pararme en 10 metros y hacer lo que sé, ni más ni menos, pararme en la plataforma y hacerlo de la misma manera en que lo he entrenado.

En esos Juegos mi insatisfacción fue porque quedé en cuarto lugar individual, que no es nada malo, pero a mí me hubiera encantado ser la número uno o estar entre las tres, volver a estar en el podio olímpico, ahora de manera individual, porque esa era mi verdadera expectativa en Beijing.

Lo que sé es que lo que me pasó en Beijing no me vuelve a pasar. Ya lo aprendí, lo viví, incluso lo apunté en una libreta para que no me vuelva a pasar, y para estar segura de lo que viví volveré a leer esa libreta y retomaré todo lo sucedido para que en esta ocasión las cosas sean diferentes.

Después de Beijing pasó un periodo largo. Me dio varicela en China, me tuve que quedar allá sola con mi doctor en cuarentena, antes de una competencia muy importante que era el Campeonato Mundial de Roma en 2009. No iba preparada físicamente para ese campeonato del mundo, no había entrenado lo suficiente, no había subido a los 10 metros, pero me acuerdo mucho de las palabras de mi entrenadora. Ella me dijo: “Sé que no has entrenado, que físicamente no estás bien, pero a veces las competencias se ganan con la cabeza, a veces la experiencia te ayuda a salir adelante, sabiendo que no vienes preparada físicamente. ¿Cuántos años llevas en esto?, ¿cuántas veces has hecho estos clavado y subido a 10 metros?”.

Así tuve en Roma la peor competencia de mi vida y también la mejor en apenas dos días. En la eliminatoria éramos 33 mujeres. Nunca había hecho tan pocos puntos: mi primer clavado, mal; segundo clavado, mal; el quinto, más o menos, y con el último me metí entre las 18 primeras que avanzaba a la semifinal. Me quedé a una décima de estar fuera.

Cuando vi que me había ido tan mal, me metí a cambiar, ni siquiera terminé de ver la competencia, pero llegó mi entrenadora y me dio una palmada y me dijo: “sí pasaste”. En ese momento me di cuenta que la vida me tenía preparado algo muy bueno y que me estaba dando otra oportunidad.

Dormí bien, cené bien, al otro día llegaron las semifinales y empecé a tirar mis clavados y bien, me sentía normal, estaba muy concentrada en lo que tenía que hacer.

Tenía una conexión con mi entrenadora. Cuando me subí a tirar mi primer clavado -tres y media al frente-, bien. Es el que más trabajo me cuesta porque tienes que controlar la adrenalina y por eso es tan difícil de meter. El segundo de clavado tiene mucho grado, si caes bien te pueden dar muchos puntos. Caigo, salgo y escucho las calificaciones. Fue la primera vez en mi vida que me daban 10, pero no podía sonreír, no podía festejarlo porque cuando salí de la alberca, mi entrenadora no decía nada, no me dijo “bien”, sólo me dio palmadas en la espalda.

Entre clavado y clavado escucho música, de todo un poco, para concentrarme. Mi siguiente clavado fue el “tres y media de holandés”. Me paré en la punta de la plataforma, salté, caí y me volvieron a dar 10. Era el tercero de mi lista y me habían dado dos dieces en esta competencia, y ahora sí pensé que todo iba bien.

En el quinto y último clavado sabía que iba bien, que estaba entre las mejores del mundo, así que subí las escaleras y lo único que pensé era en lo que me decía mi entrenadora: “sube brazos, sube brazos, sube brazos”. Tiré el último clavado y vi a mi equipo festejando y sonriendo, entonces creí que sí lo había hecho bien, vi el tablero y no me creía estar en primer lugar. Mi entrenadora estaba feliz, me abrazó y, como buena china, me dijo que me habían fallado los dedos de la mano en el parado. Siempre me tiene que corregir algo porque siempre se pueden hacer mejor las cosas y los clavados es un deporte en el que siempre se busca la perfección.

Después de 2009 han sido años muy buenos para mí, pero mi principal sueño es llegar a mis terceros Juegos Olímpicos y buscar mi sueño, que es ser medallista olímpica individual.

Un amigo me dijo que dejara que la vida me demostrara si podía ser o no campeona olímpica, porque por mi trabajo, mi esfuerzo, mi dedicación no quedará. También sé que no voy a cometer los mismos errores que en Beijing, y que la única que se sube a la plataforma de 10 metros soy yo, ni los millones de mexicanos, ni las autoridades ni nadie, así que lo único que me toca hacer es controlar lo que yo puedo, que es mi mente y mi cuerpo para hacer lo que he hecho toda mi vida: buscar ese clavado perfecto.

Agencia El Universal