Las conchas y los caracoles jugaron un importante papel entre las civilizaciones prehispánicas. Los mayas, al sureste de México, las obtuvieron para comercializarlas con otras regiones; los toltecas, en Tula, las utilizaron para venerar a sus dioses, entre ellos a Quetzalcóatl, y la alta clase social de los mexicas, en Tenochtitlan, aprovechó la belleza de esos materiales conquiológico y malacológico para demostrar su estatus.
Así lo explica María de Lourdes Suárez Diez, profesora-investigadora emérita del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quien ha dedicado casi 50 años de su vida al estudio de “este universo maravilloso”, como ella lo define, luego de que hace unos días celebró 84 años de edad.
Las conchas y los caracoles, señala, son evidencias físicas del desarrollo de las sociedades mesoamericanas; no solo fueron atractivos por su variabilidad y abundancia, sino porque nos revelan importantes datos de nuestra historia.
Fueron muy diversos los usos que las antiguas culturas dieron a ambos materiales, por ejemplo —cita—, en Tenochtitlan se han localizado ofrendas con elementos de concha, lo que nos hace inferir inicialmente que las personas enterradas gozaban de prestigio social y/o económico, e incluso que era un guerrero, dado que ese sector también las utilizó en su joyería, armas o escudos.
Específicamente, refiere la doctora Suárez Diez, 90 por ciento de las 109 ofrendas localizadas en el Templo Mayor tiene elementos de concha, que fueron modificadas por el hombre o por el tiempo.
Las conchas, su pasión
“Las conchas y los caracoles me encontraron a mí…, y no yo a ellos”, expresa la investigadora emérita del INAH, a quien cariñosamente sus alumnos la identifican como “Concha” Suárez.
Corría 1964, rememoró, cuando participaba en el Proyecto de Salvamento Arqueológico de la Prensa “Adolfo López Mateos” (El Infiernillo), en el Río Balsas, “me llamó la atención el hallazgo de material conquiológico y malacológico, a tan larga distancia de mares y ríos”.
Entrecierra los ojos, como tratando de citar fechas exactas, y dice: en aquel entonces, hace ya 47 años, le dije a mi maestro, el arqueólogo José Luis Lorenzo, que estaba interesada en hacer mi tesis profesional sobre las conchas. “Allá tú, haber lo que puedes hacer, tú sabes”, fue lo único que recibió por respuesta, pues no existía bibliografía sobre el tema.
La investigadora de la Dirección de Etnohistoria del INAH se rehúsa a admitir que es pionera a nivel internacional en el estudio de ese material. “Con honestidad, no sé si mi clasificación y tipología sean las mejores…, simplemente no hay otras”, sostiene al momento de esbozar una leve sonrisa. Lo que sí reconoce es que especialistas de distintos países recurren frecuentemente a ella para solicitar sus opiniones y asesoría.
Hoy, a casi medio siglo de distancia, la bibliografía disponible es de su autoría. Esa labor de campo y de escritorio, así como su extenso conocimiento, la han llevado a países tan distantes como Rusia, Japón, Grecia, Chile, Italia, Holanda y Suecia, por citar solo algunos, para dictar conferencias a especialistas.
María de Lourdes Suárez Diez ha escrito más de una docena de libros; algunas de sus obras destacadas son: Técnicas Prehispánicas en los objetos de concha (1974); Conchas, caracoles y magia en la cultura mexica (2010) y La joyería de concha en los dioses mexicas (2011).
Un terreno vasto para la investigación
La experta levanta las cejas como un acto reflejo al escuchar la pregunta de cuántas clases de caracoles y conchas se conocen en la actualidad. “Los biólogos han identificado hasta el momento —remarca estas últimas tres palabras— más de 100 mil especies de caracoles, así como 15 mil o 20 mil variedades distintas de conchas. “Es un terreno muy vasto”, acotó.
Sus usos en la época prehispánica también fueron diversos, por lo que su estudio también es amplio; las comunidades, así como los antiguos grupos sociales, le dieron a las conchas y los caracoles aplicaciones distintas.
En una conversación sostenida en el Museo Nacional de Antropología (MNA), la doctora Suárez Diez se plantó frente a la vitrina que resguarda una coraza, descubierta en el Palacio Quemado, en Tula, Hidalgo; comentó que ese peto está integrado por más de 2 mil 600 piezas de concha y caracol, y que su restauración representó una labor de más de dos años y medio.
“Hubo que hacer un mapeo por cada cinco centímetros de terreno, a fin de localizar todas las piezas de esta coraza dedicada al dios Quetzalcóatl”, recordó.
Con la sencillez adquirida a lo largo de más de 35 años de docencia, desde el nivel medio superior hasta el doctorado, la investigadora emérita hizo a un lado el lenguaje técnico y puntualizó que aún falta mucho por analizar, como la presencia y el uso que tuvieron tales materiales marinos en gran parte del país, y no solo en las zonas costeras.
Los mayas, hasta donde se sabe, “no fueron tributarios del imperio mexica, lo que fortalece la hipótesis de que ambas culturas tuvieron contacto por la venta o intercambio de distintas mercancías, entre ellas conchas y caracoles”, especificó.
Las pirámides, los huesos, la cerámica y la pintura no son los únicos indicios que tenemos para estudiar el desarrollo de las culturas prehispánicas, las conchas y los caracoles son una fuente importante de estudio y análisis, concluyó.