En la punta del malecón habanero, frente al Castillo del Morro, hay una zona en la que se podía cruzar al otro lado y jugar entre las rocas. El lugar era hostil, las piedras afiladas eran conocidas como “dientes de perros” porque cortaban como navajas. Ahí era el centro de reunión de muchos niños y jóvenes, quienes se escapaban de la escuela para poder ir a divertirse y a desafiar a la agresiva dentadura.
Un día de 1957, el padre de Manuel Pereira tomó una foto de la “pandilla” de su hijo, unos chicos a los que se les conocía como “mataperros”, por su bajo nivel económico, eran los pobres de La Habana.
Han pasado más de 50 años de aquellos días y Manuel sólo recuerda a algunos de ellos e ignora qué fue de aquellos “mataperros” que estaban por vivir el triunfo de la Revolución Cubana, “el huracán que dispersó a mucha gente, mandándolos desde Miami al fin del mundo”.
Pereira, novelista y ensayista, discípulo de José Lezama Lima y Alejo Carpentier, después de publicar Un viejo viaje, en el que narra la vida de un joven que logra salir de Cuba representando a su país y choca con las realidades que están fuera de la isla, ahora entrega Mataperros (Textofilia, 2012), una novela escrita desde la memoria que da cuenta de cómo se difuminó una de las muchas bandas de “niños callejeros” de la capital isleña.
La memoria como fuente
La memoria, dice Pereira, es la fuente principal de su materia prima literataria.
“En Mataperros están los que pasábamos hambre a finales de los años 50 y principios de los 60. Fue doloroso escribir sobre esos recuerdos, porque es como trabajar con fósiles, todo está muerto, y, en ese sentido, también soy un novelista arqueológico, un rastreador de viejos cadáveres. Mis libros son de la memoria fosilizada, un libro como éste se escribe con el corazón herido”, dice.
Pereira explica que en su niñez se usaban expresiones como “mataperros”, “bitongos” (los niños de una clase más favorecida) y “góticos” (los ricos del barrio), que definían a las clases sociales que existían en una misma calle, hoy ignora si se siguen usando, pero al rescatarlas, la novela se vuelve una bisagra entre el pasado y el presente.
“En mi novela están los últimos años de Batista y los primeros de Fidel Castro, la bisagra de la historia de Cuba, un momento muy importante para entender todas las cosas que vinieron después”.
Actualmente, añade, podría haber hasta cuatro clases sociales. “De alguna manera volvieron los mecanismos capitalistas que fueron abolidos en 1961, de formas muy tímidas, pero si hay gente que ya tiene su pequeño paladar (fonda), pues podemos pensar que ellos viven mejor que el albañi, es inevitable, es una ley física”.
Pereira, quien radica en México desde 2004 y es catedrático de la Universidad Iberoamericana, se distanció de Cuba cuando el gobierno de Fidel Castro mandó fusilar a cuatro militares, uno de ellos héroe de la República: Arnaldo Ochoa; cuenta también que en el libro hay un drama familiar, la historia de sus padres.
“En el 59 todos amaban a Fidel, menos Batista, pero en el 61 mi mamá empezó a rechazar a Fidel porque su hermano más querido se fue de Cuba. Ahí empezaron los líos, porque mi papá sí lo seguía; yo crecí en medio de esa batalla campal que me ayudó a mi formación intelectual posterior”.
Agencia El Universal