Acaso sea en primavera cuando más razón tienen los milaneses, que definen su ciudad como centro del universo. En esta estación todo parece orquestado para que un fin de semana por la capital de la moda, del libro, del diseño y de tantas otras cosas, sea una experiencia sorprendente. Porque ese Milán que identificamos con el Duomo y el mítico teatro de La Scala es también la ciudad donde se fraguaron los cambios éticos y estéticos de la Italia moderna y que hoy seduce con inesperados rincones.
Nada como empezar la jornada con un café dentro del Palacio Real. Sede del gobierno milanés desde la Edad Media, fue transformado en un suntuoso palacio en el siglo XVIII y hoy acoge las mejores exposiciones de la ciudad. Este año, la sombra de Van Gogh enlaza con la huella de Leonardo da Vinci para proyectar el espíritu de la Expo 2015. Bajo el título de «Nutrir el planeta», el evento internacional llenará la ciudad con muestras de distintas disciplinas, además de un gran recinto con forma de pez en el noroeste del área metropolitana.
Mirando hacia la elegante Galería Vittorio Emanuele II y bajo la dorada silueta de la Madonnina que corona la Catedral, la Via Torino se abre a la izquierda para descubrirnos, además de mil comercios de ropa y calzado, talleres de artesanos y tiendas de diseño alternativo. Aquí hallamos uno de los mejores «secretos» de la ciudad: el trampantojo de Santa Maria Presso San Satiro, en la Via Speronari. Se trata de una minúscula iglesia renacentista cuyo ábside es, en realidad, una simulación pintada sobre estuco. Esta solución a la falta de espacio fue idea de Donato Bramante, arquitecto y pintor a quien debemos el templo y convento de Santa Maria delle Grazie, donde Leonardo da Vinci pintó el mural de La última cena en 1496.