Lugar de encuentro de gentes, conocimientos y mercancías desde la Edad Media, Ámsterdam mira al futuro con propuestas culturales y sociales atrevidas. Buscar en invierno ese legado histórico y contemporáneo ofrece, a quien ya conoce la ciudad, perspectivas nuevas de los canales y, a los que llegan por primera vez, la oportunidad de patinar sobre hielo y de disfrutar de un millar de rincones cálidos.
La Estación Central suele ser el inicio de todo paseo a pie. Frente a este edificio de piedra y ladrillo rojo, que levantó polémica a finales del siglo XIX porque quitaba la vista al mar, se abre la calle Damrak, quizá la más transitada de Ámsterdam. Nadie diría hoy que, entre los siglos XIV al XVI, Damrak era un canal que separaba el Nieuwe Zijd (Parte Nueva) del Oude Zijd (Parte Vieja) y que servía para transportar las mercancías al centro de la ciudad.
En un costado se erige el edificio de la Bolsa, ejemplo de arquitectura holandesa del siglo XX, ahora reconvertido en sala de exposiciones, conferencias y conciertos. Justo detrás se estira Warmoestraat, donde mercaderes y nobles tenían sus residencias antes de trasladarse a los nuevos canales en el siglo XVI. En la actualidad es la entrada al Barrio Rojo o, como lo llaman los amsterdamers, De Walletjes (Pequeños Muros), haciendo referencia a las viejas murallas. Quien haya paseado por aquí en alguna otra ocasión se dará cuenta de que muchas de las ventanas de luces rojas que ocupaban las prostitutas se han transformado en talleres de jóvenes diseñadores.
La monumental Plaza Dam
Warmoestraat desemboca en la plaza Dam, otro lugar clave en la historia de Ámsterdam. Aquí se alzó, en el siglo XIV, el primer dique sobre el río Amstel para proteger la ciudad del mar. Desde entonces la plaza ha sido centro social y comercial, y de ahí que acoja el Palacio Real –casa consistorial que el rey Luis Bonaparte transformó en su residencia en 1808–; la Nieuwe Kerk, una iglesia que ahora aloja exposiciones, coronaciones y bodas reales; y el Monumento Nacional, un memorial de 1956 dedicado a los fallecidos en la Segunda Guerra Mundial.
En este punto del paseo tal vez apetezca templar el cuerpo con algo caliente. Un lugar recomendable es la cafetería de la última planta de los grandes almacenes De Bijenkorf, porque desde su terraza se contempla parte de la ciudad de un solo vistazo.
A continuación hay que andar por la bulliciosa Kalverstraat y apreciar después la tranquilidad que se esconde al otro lado del pórtico situado en el nº 92. Es un acceso encantador al Museo Histórico de Ámsterdam y también una forma de cruzar por una galería techada, muy apreciada en invierno, hacia el Beginhof. Este hospicio fue fundado en 1346 por la Hermandad Católica de las Beatas, mujeres que ayudaban a los más necesitados y que llevaban vida de monjas sin haber tomado los votos.
Devastado por el fuego a mediados del siglo XV, todavía cuenta con una de las dos casas de madera que se conservan en Ámsterdam (nº 34) y con una iglesia clandestina de cuando practicar el catolicismo no estaba permitido por la revuelta protestante (1578-1795).
La otra salida del hospicio sale a Spui, una plazoleta con varias librerías y un animado mercado de libros los viernes. Aquí se encuentra el Hoppe, uno de los bruin café (café marrón) más antiguos de la ciudad (1670). Estos establecimientos deben tan curioso nombre a sus interiores forrados de madera y oscurecidos por el humo del tabaco. Aunque ahora ya no se fuma, son lugares acogedores donde comer o beber algo.