Entrar en contacto y disfrutar de Nantes, capital histórica de la Bretaña francesa hasta mediados del siglo XVI, requiere al menos un par de días. De casco urbano señorial, con plazas y palacios suntuosos, creció gracias a su privilegiada ubicación junto a la desembocadura del río Loira en el Atlántico.
Desde su puerto partían barcos cargados de hombres que buscaban fortuna en lejanos mares y llegaban mercancías de todo el mundo que se enviaban a cualquier rincón de Francia. Este peso histórico, sin embargo, se ha mezclado en las últimas décadas con una dinamización prodigiosa del centro, con equipamientos culturales y de ocio que compiten sin rubor con los de París o Burdeos. Un ejemplo lo encontramos en las orillas del Loira, donde hoy se reflejan los anillos luminosos del artista francés Daniel Buren (1938).
Castillo Ducal. El paseo por Nantes comienza en su gran monumento, el castillo de los duques de Bretaña que, como su nombre indica, fue la sede de los gobernantes bretones hasta que Nantes dejó de ser la capital de esa región en 1532. Alrededor de este palacio renacentista, antaño flanqueado por el Loira, se levantó una muralla de medio kilómetro de perímetro, con un foso y apenas tres puertas, pero con siete intimidantes torreones de defensa.
Desde 2007, el castillo alberga un museo que mediante una innovadora exposición multimedia narra la historia de la ciudad. La fortaleza, además, suele ser punto y final de quienes siguen el itinerario que enlaza los castillos del Loira, un rosario de veinte edificaciones de carácter militar y hermosas líneas que puntea la región.
Catedral. Elegancia y esplendor son calificativos apropiados para describir la catedral de Saint Pierre y Saint Paul, emplazada no lejos de la muralla. El viajero puede tratar de dilucidar qué partes corresponden al edificio original gótico flamígero del siglo XV y cuáles a la reconstrucción posterior a 1972, cuando un incendio consumió buena parte del templo.