En un salón de belleza en Medellín, cualquier peluquero sabe a quién se refiere uno cuando alguien menciona “Pablo”. Las series Narcos, que acaba de estrenar Netflix (también en su versión latinoamericana), y Club de cuervos, una creación mexicana y la primera en español producida por la plataforma online, demuestran el poder que tiene América Latina para contar historias.
Si hablamos de Narcos, hasta The New York Times lo tiene claro: es una serie “irresistible” que habla de Pablo Escobar, el narcotraficante colombiano que se convirtió en una macabra leyenda, pero seductora para la audiencia. La serie comienza en los años setenta, cuando Pablo Escobar, apenas un jovencito, empezó a construir su imperio. Soñó que la cocaína que producía y distribuía algún día llevaría su nombre. “Cocaína Escobar”. La ficción relata también el rastro de violencia y dolor que sumió a Colombia en una espiral de la que aún se está recuperando.
Narcos es una historia que se cuenta a partir del punto de vista de un agente de la DEA, la agencia antidrogas de Estados Unidos. El brasileño José Padilha, responsable de la ficción, confiesa que se inspiró en el clásico Uno de los nuestros, la película de Martin Scorsese, para producir la serie. El relato no es para estómagos sensibles: habla de cómo Pablo Escobar, que en los años ochenta ocupó un escaño de diputado en Colombia, logró infiltrar las más altas esferas del poder.
La gran paradoja de Narcos es que consigue invitar a la audiencia a una historia de un narcotraficante de origen humilde pero que acabó siendo responsable de crímenes horrendos. “No soy rico, soy un pobre con dinero”, le espeta a un agente en uno de los capítulos. El diagnóstico refleja una imagen de la región más desigual del mundo: América Latina. Escobar consiguió llegar a sitios donde no llegó el Estado, y eso contribuyó a su mito popular.
Es imposible no relacionar la narrativa de Narcos con la teleserie Pablo Escobar: El patrón del mal, producida en Colombia años antes de que la versión inglesa se produjera. Narcos, que está narrada bajo la perspectiva de un estadounidense, muestra una nueva visión sobre el narcotráfico. No era un problema latinoamericano: era un problema americano.
La paradoja de que el país más poblado del mundo en habla hispana tenga tan poco éxito en la cancha del fútbol es uno de los interrogantes en los que se aventura Club de cuervos, una de las series pioneras de Netflix en el mercado mexicano. Producida por Gaz Alazraki, director de la taquillera Nosotros los nobles en México, Club de cuervos narra una historia de intriga en que todo es importante, menos el fútbol. El deporte se convierte en un sinónimo de poder.
El detonante de la historia es la muerte del dueño del club, que es un patriarca de una familia disfuncional. El heredero natural es un mirrey, como se conoce en México. La hija que compite por su puesto es una chica preparada pero a la que los expertos que rodean al Cuervos de Nuevo Toledo juzgan como una novata en el negocio.
La serie ha tenido una recepción excepcional para un mercado que no es muy apto para recibir series que se hablan en español. Lo que más ha llamado la atención es que aborda las intrigas que abundan en el fútbol mexicano, uno de los que tienen mayor audiencia fuera de México, pero que de resultados dan muy poco.