De acuerdo con el investigador Roberto Lleras Pérez, del Museo del Oro del Banco de la República de Colombia, las investigaciones arqueológicas llevan a pensar que en América la metalurgia fue descubierta en la sierra central del Perú hace 35 siglos.
Aparentemente la tradición fue asimilada de manera gradual por las culturas más desarrolladas del norte del país andino y de Ecuador, y posteriormente se difundió a la costa pacífica sur de Colombia. Los vínculos con la región de los Andes Centrales se mantuvieron en el sur de Colombia con gran fuerza hasta la llegada de los conquistadores europeos.
En los Andes de Nariño (suroeste de Colombia), explica Lleras, la metalurgia muestra un especializado manejo de las aleaciones de oro y cobre (tumbaga), el tratamiento zonificado de superficies y el uso de motivos geométricos similares a los encontrados en el norte de Perú y Ecuador.
El especialista detalla que “en el lapso de dos mil años, comprendidos entre el 500 a.C. y la conquista española (1.500 d.C.), la metalurgia floreció en el actual territorio de Colombia como en pocas regiones del mundo en época alguna”.
En el área andina y en los litorales del Caribe y Pacífico surgieron cerca de una docena de estilos diferentes, se elaboraron miles de piezas de adorno y de ofrenda con las más variadas representaciones de hombres, animales y figuras geométricas, y se combinaron técnicas complejas sobre diferentes aleaciones.
El resultado, en términos estéticos, es sorprendente. El diseño de las figuras humanas y animales, la composición, el equilibrio y el manejo de los colores le confieren a estos objetos un lugar destacado en el arte universal, destaca Roberto Lleras.
Es sabido que El Dorado no existe y nunca existió; sin embargo el antropólogo Carl Langebaek afirma que quizás no con murallas y calles de oro, pero que El Dorado se materializó en esos miles de lingotes amarillos y plateados, y en las muchas toneladas de perlas y piedras preciosas que cambiaron la historia de Europa, al ser éstas utilizadas en la construcción de sus más grandes ciudades y templos.
Hoy día —dice Langebaek—, El Dorado sigue presente en toda la maravillosa biodiversidad que alberga América Latina.