Pirámides de Gizeh…la íntima relación entre el cielo y la tierra

Los antiguos egipcios fueron grandes observadores del cielo. Su sistema de medición del tiempo produjo el sofisticado calendario solar que está en la base del nuestro; y también trazaron un completo mapa estelar, pues el firmamento estaba estrechamente vinculado a su religión. Además, alinearon sus templos en busca de la Maat, el orden cósmico, y perfeccionaron patrones de orientación astronómica que los ayudasen en este propósito.

La íntima relación entre el cielo y la tierra se manifiesta igualmente en la orientación de las pirámides. Es sabido que estas construcciones, en particular las que erigieron en la meseta de Gizeh los faraones Keops, Kefrén y Micerinos en torno a 2550 a.C., están orientadas hacia los cuatro puntos cardinales. La cuestión de cómo las orientaron es una de las más debatidas en la historia de la egiptología.

La atracción de Meskhetyu

Los egipcios designaban con el nombre de Meskhetyu el asterismo del Carro, un conjunto de siete estrellas en la constelación de la Osa Mayor. Se lo representaba bien por una pierna de toro, bien por la azada que se empleaba en la ceremonia de la apertura de la boca, ritual con el que se devolvían los sentidos a la momia del difunto.

La importancia de Meskhetyu queda de relieve desde épocas muy tempranas, como demuestra su aparición en los Textos de las pirámides, el conjunto de textos religiosos más antiguo de la humanidad; se los llamó así porque aparecieron en las cámaras funerarias de numerosas pirámides desde 2300 a.C.

Allí leemos: «Yo soy el que vive, […] las dos Enéadas se han purificado para mí en Meskhetyu, la Imperecedera», palabras que reflejan el deseo del rey difunto de viajar al firmamento y convertirse allí en un ente estelar junto a las denominadas «estrellas imperecederas» o inmortales: las estrellas circumpolares, que, a diferencia de las demás, siempre son visibles en el cielo nocturno.

Esta idea se remontaría, al menos, a principios del Imperio Antiguo, como el autor de estas líneas ha constatado en la pirámide escalonada del rey Djoser en Saqqara, erigida hacia 2650 a.C. Pero posiblemente refleje tradiciones mucho más antiguas, incluso del período Predinástico, hacia 3100 a.C.

La estrecha unión de Meskhetyu con la realeza y el mundo celeste tiene otra vertiente.En una inscripción del templo de Edfú, del siglo III a.C., se lee: «Observando a Meskhet[yu], he establecido las cuatro esquinas del templo de su majestad»; ello significa que el templo se orientó en la dirección en que Meskhetyu era visible en el horizonte.

La orientación se efectuaba mediante la ceremonia del «tensado de la cuerda», en la que el rey, en compañía de la diosa del cómputo del tiempo y de la escritura, Seshat, fijaba el eje y el perímetro de un templo mediante ciertas observaciones, seguramente de carácter astronómico.

De hecho, la observación de las estrellas y de otros cuerpos celestes para orientar los edificios sagrados se registra desde los albores de la civilización egipcia, al igual que la propia ceremonia del tensado de la cuerda, citada en los anales de un soberano de la dinastía I.

En particular, Meskhetyu pudo ser siempre la referencia de los egipcios para establecer orientaciones meridianas, esto es, basadas en los astros que son visibles en un meridiano (la línea imaginaria que discurre de norte a sur y divide la bóveda celeste en dos mitades, oriental y occidental).

Las pirámides y el firmamento

No todas las pirámides de Egipto están correctamente orientadas; en realidad, sólo unas pocas de las más de sesenta que conocemos tienen una orientación precisa. Las pirámides de los faraones de la dinastía IV en Dahshur y Gizeh son las mejor orientadas, con errores que, en términos astronómicos, se sitúan en torno a un cuarto de grado, o 15 minutos de arco; en algunas, como las de Keops y Kefrén, el error es aún menor.

Si pensamos que el sol o la luna llena tal como los vemos a simple vista tienen un diámetro de unos 36 minutos de arco, nos daremos cuenta de que semejantes resultados, con errores tan pequeños, sólo estarían al alcance de un observador muy capacitado, con bastante experiencia y dotado de los más precisos instrumentos de la época.

Resulta curioso que las pirámides más antiguas sean las mejor orientadas. Para explicar este hecho se han propuesto diversas teorías, basadas en el empleo de la observación astronómica a fin de determinar la línea norte-sur. En el siglo XIX, el astrónomo Piazzi Smyth sugirió que para alinear la Gran Pirámide se había utilizado Thuban, que en aquella época era la estrella polar (la que está más cerca del polo celeste a simple vista).

La propuesta fue secundada por Heinrich Karl Brugsch, uno de los más reputados egiptólogos de su tiempo.

Thuban alcanzó su posición más cercana al polo hacia 2787 a.C., cuando se llegó a encontrar a unos dos minutos de arco de éste. Sin embargo, en tiempos de Piazzi Smyth y Brugsch se ignoraba que la Gran Pirámide fue construida por lo menos dos siglos más tarde de lo que entonces se suponía, de manera que deberíamos descartar su orientación en base a Thuban.

También se han propuesto métodos de orientación que descansan en la observación del sol o de las sombras provocadas por este astro. En 1931, Ernst Zinner propuso observar la sombra menor producida por un gnomon (una vara hincada verticalmente en el suelo), ya que, en nuestro hemisferio, la sombra que produce el sol al mediodía es la más corta de toda la jornada y se proyecta hacia el norte.

Sin embargo, la dificultad de perfilar las sombras impedía alcanzar la precisión requerida. Pero a finales del siglo XX, el artista estadounidense Martin Isler manifestó que las sombras se podían perfilar de manera adecuada mediante ciertas técnicas que podían haber estado disponibles en época faraónica.

Recientemente, y siguiendo esta idea, el arqueólogo Glen Dash, miembro del Guiza Plateau Mapping Project (cuyo objetivo es cartografiar exhaustivamente la meseta de Gizeh), ha realizado experimentos que demuestran que el denominado «método del círculo indio» podría haber proporcionado la precisión requerida mediante la observación del desplazamiento de la sombra solar a lo largo de un día; pero no hay pruebas de que los egipcios conocieran este método.