México.- Hace 30 años, en agosto de 1982, la fábrica alemana del grupo electrónico Philips en Hanover lanzó el primer disco compacto, que revolucionó al mundo de la música, los más entusiastas hablaban de una nueva era. Durante los siguientes años el CD se impuso al disco de vinilo, objeto apreciado por coleccionistas involuntarios y por nostálgicos de su sonido único.
Una de las primeras producciones fue la grabación de la Sinfonía Alpina de Richard Strauss bajo la batuta de Herbert von Karajan.
De hecho, al inicio Philips solamente produjo 200 CD, principalmente de música clásica, porque su calidad sonora superior era ideal para los melómanos. Y es que las grabaciones en ese formato revelaban sonidos imperceptibles en un vinilo, por ejemplo, un miembro de Polygram encargado del desarrollo del CD dijo que en una de las primeras grabaciones para el sello del pianista chileno Claudio Arrau se escuchaba que jadeaba y protestaba al tocar.
Hace cinco años los medios de comunicación aseguraron que en el primer cuarto de siglo se habían vendido alrededor de 200 mil millones de discos compactos.
La revolución duró poco, desde mediados de los años 90, con la explosión del Internet y la aparición de nuevos soportes de almacenamiento, se dijo que el disco tendría el mismo destino que el vinilo. Hasta hace tes tres años la Federación Internacional de la Industria Fonográfica auguraba que el objeto no sobreviviría a las primeras décadas del siglo XXI.
Hoy, cualquier persona con acceso a Internet puede no sólo estar escuchando en tiempo real una estación de radio austriaca especializada en música culta, también puede ver un video de Karajan, el genio de la dirección orquestal, al frente de la Filarmónica de Viena o puede descargar gratuitamente un sinfín de grabaciones de todos los autores clásicos de la música de concierto. La música está al alcance de un clic.
Adiós a Margolín
En los próximos días cerrará la única casa de discos especializada en música de concierto que hay en México, la Sala Margolín, dirigida por Carlos Pablos y Luis Pérez, la razón es que opera con números rojos desde hace por lo menos siete años.
Desde que se dio a conocer la noticia, compradores nuevos y de antaño han manifestado su tristeza por el cierre de un espacio -fundado por Walter Gruen a finales de los años 50- dedicado a la difusión no sólo de la música de concierto, sino también a otras manifestaciones artísticas como la literatura.
Las razones del declive, se ha dicho, son muy simples y propias del nuevo siglo: la descarga de música legal e ilegal, la piratería sin consecuencias y el cambio generacional de los compradores.
Más de uno asegura que las nuevas generaciones se han mudado a las grandes tiendas discográficas; sin embargo, tal certeza no es del todo correcta pues basta recordar Tower Records que cerró sus sucursales en Estados Unidos en el 2006.
Otra de esas tiendas importantes es Mixup, que también ha visto un decrecimiento en las ventas y según su gerencia de compras, los compradores aún cautivos se sitúan así: 44% prefiere títulos en inglés, 39% en español y 15% opta por material clásico, jazz y world music.
De acuerdo con Verónica Sánchez, promotora musical de la firma, quienes hace 30 años compraban música clásica, en la actualidad son adultos mayor. “las prioridades de compra han cambiado. La cultura musical cada vez es menor, al grado de que la generación actual desconoce en su mayoría las obras de los que por generaciones consideramos los grandes maestros. El promedio de edad de los compradores frecuentes era de los 12 a los 30 años, hoy va de los 25 a los 45 aproximadamente, este dato nos muestra que los jóvenes de hace años que tuvieron el gusto y la pasión por la música, lo siguen teniendo hoy, pero en las nuevas generaciones no hay el mismo interés”.
¿Y qué hay de la venta en internet? Los datos no son claros, sobre todo porque además de las páginas más reconocidas para la venta de estas obras como Amazon y Itunes, hay muchas otras páginas que ofrecen grabaciones en línea.
“La venta por internet es buena, pero ha sido un reto porque en México poca gente confiaba en las compras en línea y en las entregas a domicilio”, dice Sánchez.
Carlos Pablos no quiere hablar más del tema, la Sala Margolín se cerrará de un momento a otro. Sus discos, en los últimos años, oscilan entre los 100 y los 500 pesos, con gran calidad de grabación pero costosos si se compara con el precio de las ediciones que hay en tiendas comerciales o librerías en donde tres discos con una selección de Mozart pueden costar 99 pesos o a veces menos.
“Alguien quería que hiciéramos aquí una fiesta de despedida, ¡cómo voy a celebrar que esto que cuidamos tanto se murió!”, dice Pablos con el ceño fruncido; él, junto con Luis Pérez, son considerados por figuras como José Emilio Pacheco y Álvaro Mutis como expertos de la música.
Producir en México
A este contexto habría que sumar otro fenómeno, grabar y producir en México un disco de este género es algo “casi heroico”, más si la apuesta es hacerlo en disco compacto, por eso la salvación es la manufactura digital.
El maestro Alejandro Duprat, cornista de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes y nieto del compositor Manuel Esperón, hace unos años emprendió una aventura con el sello Duprat Producciones, una experiencia enriquecedora a nivel artístico, pero con la que “nadie se hace rico”.
Está orgulloso del disco Manuel Esperón, su piano, su música, su tiempo, el único que no sólo tuvo buena recepción en el 2000, año de su lanzamiento, sino que pasado el tiempo fue colgado en la red para su venta y aún ahora se sigue distribuyendo con cierto éxito.
“Mi abuelo tenía 88 años cuando hicimos el disco, se trató de uno de sus últimos trabajos, por eso es un documento histórico, que por fortuna sigue circulando en la red, aunque desde hace tiempo no recibo regalías por cuestiones de contrato, pero nos queda el gusto de su difusión”.
Entre despedidas y bienvenidas, y cambios de soporte, el Siglo XXI está escribiendo la historia de sus formas para producir y distribuir la música de su tiempo y la de su pasado.
Agencia El Universal