Investigación revela que es totalmente posible morir de amor: la pérdida de un ser querido aumenta en 21 las probabilidades de sufrir un infarto.
La retórica del romanticismo o antes la del amor cortés nos acostumbró a remitir la muerte por amor a las fantasías de los poetas y los literatos, a los libros y las narraciones lánguidas y desoladas del amante no correspondido o de aquel que por un trágico azar perdía al así llamado amor de su vida.
De ahí que “morir de amor” se considere, ante todo, una licencia poética —a pesar de algunos ejemplos totalmente reales de personas que pierden a un ser querido y a los pocos días fallecen ellas también.
Sin embargo, una investigación médica reciente ha revelado que es totalmente posible morir de amor, ya que la muerte de una persona que nos es muy querida aumenta en 21 veces la probabilidad de sufrir un ataque cardiaco durante las 24 horas inmediatamente posteriores al deceso. Este aumento se reduce conforme el tiempo transcurre, pero se mantiene al menos por cuatro semanas (en la primera, por ejemplo, el riesgo es 6 veces mayor que en un día normal).
La tensión emocional propia de una pérdida tan sentida y del proceso de duelo consecuente hace que la presión sanguínea se eleve e incluso pueden provocar un cambio en la bioquímica sanguínea, además de afectar otros comportamientos habituales (como hacer ejercicio o comer equilibradamente) que al suprimirse contribuyen en el decaimiento de la salud del individuo.
El estudio que arrojó estas conclusiones lo llevó a cabo un equipo de médicos coordinados por Elizabeth Mostofsky, investigadora del Beth Israel Deaconess Medical Center situado en Boston.