Los historiadores romanos llamaron Magna Grecia, «gran Grecia», al conjunto de las zonas costeras del sur de Italia y de Sicilia donde los griegos habían fundado colonias desde el siglo VIII a.C. Esta expresión, más que designar un territorio determinado, aludía a la magnificencia cultural y económica de aquellas ciudades estado o poleis, comparadas con las de la Grecia propiamente dicha.
Su desarrollo urbanístico y monumentalidad muestran el alto nivel económico que llegaron a alcanzar. Al mismo tiempo, fueron centros de creación literaria, filosófica y de todas las artes en general. El éxito de esas fundaciones fue tal que ellas mismas establecieron nuevas colonias en la zona, lo que las hacía aún más fuertes.
Así sucedió con Síbaris, que, a su vez, fundó Poseidonia (la Paestum romana), cuyos templos nos confirman las noticias de los antiguos sobre la impresionante arquitectura de esas ciudades, que tenían como denominador común su alto nivel económico, su mezcla de poblaciones y su riqueza cultural. Pero también poseían sus peculiaridades, y Síbaris es buen ejemplo de ello.
Una próspera colonia.
La creación de Síbaris fue obra de emigrantes procedentes de la región de Acaya y de la polis de Trecén, en el Peloponeso. Ellos fundaron hacia 720-710 a.C., en la costa de la actual Calabria, una ciudad que contaba con un amplio territorio interior, ideal para el cultivo de cereales; el toro que vemos en sus monedas es un símbolo de esa actividad agrícola.
Además, las pequeñas colinas de la zona estaban cubiertas de viñedos; y de las montañas circundantes se obtenía lana, miel, cera, betún, madera e incluso plata. Síbaris estaba estrechamente relacionada con la ciudad de Mileto, en la costa de Asia Menor, a la que los sibaritas compraban sobre todo púrpura.
Con ella teñían, en sus propios talleres, unas telas cuya demanda por parte de las élites de la península Itálica les hacía alcanzar precios astronómicos. Los etruscos, que se habían convertido en la potencia hegemónica de Italia, se contaban entre sus mejores clientes para ésa y otras mercancías caras.
Abundancia, lujo y confort eran las señas de identidad de los sibaritas, a quienes se imaginaba degustando sofisticados alimentos en interminables banquetes, durante los que utilizaban orinales, un refinamiento cuya invención se les atribuía, como la de las bañeras.
Algunas de sus innovaciones se nos muestran pioneras. Procuraban que el ruido no perturbara su tranquilidad, y por eso no tenían dentro de la ciudad ni herreros ni carpinteros; tampoco estaban permitidos los gallos. Por otra parte, ¿por qué esforzarse en practicar deporte, o viajar hasta Olimpia para tomar parte en las competiciones o presenciarlas? Las celebraban ellos mismos simultáneamente, con los atletas que se dejaban seducir por la elevada cuantía de los premios ofrecidos.