La Villa d’Este nació de un sueño. Cuando el cardenal Hipólito II (hijo de Lucrecia Borgia) llegó en 1550 a Tívoli para ser gobernador, se instaló en un palacete que solo era la sombra de su esplendor pasado.
Hasta que un día tuvo el sueño de revivir en él lo mejor del arte italiano. Reformó el edificio, lo rodeó de jardines y lo convirtió en una joya del Renacimiento que hoy es Patrimonio de la Humanidad y sede de exposiciones.
Le ayudó el paisajista Pirro Ligorio quien, inspirándose en los Jardines Colgantes de Babilonia, creó un oasis de arroyos, parterres y pendientes salpicadas de esculturas, grutas como la de Diana y un mar de fuentes.
La más famosa, la Fontana dell’Ovato –en la fotografía–, cae en cascada a un estanque que preludia el sendero de las Cien Fuentes.